Hablemos de corrección en el lenguaje

Columnas de Opinión
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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



Para un corrector de textos insinuar mejores formas de expresión escrita a compañeros del mismo oficio significa, ni más ni menos, aplicar la autocorrección. Eso es exactamente lo que debemos hacer al dar por terminado un artículo para periódicos, revistas o cualquier otro medio de difusión impresa. Hay que leer lo propio antes de que se consolide en las páginas que, con más o menos interés, pasarán bajo la vista de lectores que se acostumbraron a nuestras columnas periodísticas y nos regalan parte de su tiempo leyéndolas y coleccionándolas, algunas veces. Hay quienes se toman la molestia de enriquecerlas con sus críticas.

     Debemos confesar que no encontramos explicación a un fenómeno que está haciendo carrera entre gran parte de los periodistas colombianos. La corrección de ese disparate lingüístico  sería fácil si los infractores se detuvieran un instante a pensar en el tremendo “oso” que protagonizan ante oyentes y televidentes cada vez que atentan contra nuestro idioma. El caso de moda  se refleja en el uso de adjetivos masculinos para modificar a sustantivos femeninos. Es de simple lógica que a un sustantivo lo modifique –calificándolo o determinándolo– un adjetivo de su mismo género. Esta concordancia, aunque de elemental aprendizaje, no la tienen en cuenta muchos periodistas y presentadores de noticias. Por eso escuchamos expresiones como “su primer victoria la obtuvo en los juegos olímpicos de Londres”; “construyeron veintiún casas”, etcétera. ¿Será tan difícil para un periodista decir “primera victoria” y “veintiuna casas”?

     Es increíble que un error tan palpable se cuele con tanta facilidad en el léxico de estos trabajadores de la palabra. No vemos cómo proceder para erradicar esa falta que cada día se afianza más en el vocabulario de los comunicadores. Lo preocupante es que los niños y jóvenes copian muchas cosas de los medios de comunicación, y ese modelo ejerce sobre ellos mayor influencia que sus propios profesores. Pero algunos de esos docentes –en un acto de premeditada venganza– utilizan para sus clases de redacción o composición escrita textos plagados de errores que la prensa nacional les ofrece. 

     Casos frecuentes de incorrección literaria –principalmente errores ortográficos– tienen su origen en la vinculación de jóvenes sin preparación académica a los medios de comunicación. Las emisoras especializadas en programas de farándula están llenas de animadores que basan su sintonía en expresiones grotescas y vulgares que comparten con el público oyente. Por lo general, se trata de diálogos telefónicos.

     Un periodista de El Tiempo hizo el siguiente comentario sobre un programa radial que una vez escuchó: “El noticiero es delicioso. Casi todos los días dicen barbaridades con un aplomo que aterra. Los lectores suelen ser universitarios. Hablando de los esposos Curie los llamaron Curry (sic). Está bien que no sepan francés, pero de allí a confundir a los descubridores del radio con una conocida salsa, hay una distancia infinita”. El periodista Antonio Caballero, por su parte,  manda a casi todos los periodistas a estudiar historia y critica a las facultades de periodismo y comunicación. En semejante situación estamos, lamentablemente.

     Por otra parte, los “conductores” de ciertos programas radiales se sienten tan confiados en el dominio de los temas que ni siquiera se toman la molestia de preparar un plan para la actividad que van a desarrollar. Por eso muchas veces se quedan en silencio mientras tratan de recordar el nombre de una persona de la cual ya han comenzado a hablar: “Porque el señor… ¿cómo es que se llama?”, dicen en medio de la exposición, tratando de que alguien los saque de ese atolladero. Conclusión: Al rigor necesario del periodismo debe ir siempre ligada la propiedad y corrección del lenguaje.