¿Descubrimiento de américa?

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Una cosa es cierta. A los españoles de ahora, incluso de los últimos 200 años, no podemos reclamarles los hechos que surgen desde la llegada Cristóbal Colón a este continente hasta cuando fueron expulsados con motivo de nuestra “independencia”; no son los causantes. No es fácil entender este episodio histórico si no se consideran algunos aspectos claves desde ópticas diferentes.

El arribo de los europeos al Caribe, asaz conocida, significó un cambio drástico y negativo en la vida de nuestros aborígenes. El descubrimiento del Nuevo Mundo, lo llamaron en España; como invasión lo califican muchos americanistas. Sea que Colón fuese consciente o no de saber lo que encontraría (Christian Duvenger, en su libro “El ancla de arena” propone que Colón ya conocía “a sottovoce” de la existencia del continente y las rutas para llegar acá, y vino encomendado por los Reyes Católicos a imponer presencia imperial), incluso si el verdadero conquistador fue Bernal Díaz del Castillo (Historia verdadera de la conquista de Nueva España) y no Hernán Cortés, sabemos sí que la llegada de espada y cruz en mano de los ibéricos fue un sangriento episodio que significó, con cifras muy variables, la muerte de millones de nativos.

Las motivaciones tienen distintas interpretaciones también; la corona española, consciente de colosales riquezas que no eran solo oro y plata (especies vegetales y animales, gemas, especias, etc.) con desprecio de lo científico y cultural de estas avanzadas civilizaciones, del enorme señorío que poseería y del poder económico, militar y político que obtendría con ello en Europa y el mundo, se interesó particularmente en la tierra y los tesoros de este continente, mientras que la Iglesia pretendía evangelizar a las “almas infieles” de los aborígenes, cuya cosmogonía en nada se parece a la visión religiosa católica imperante por aquellos tiempos, por lo tanto no les era imputable ese, por entonces, mortal calificativo.

Las guerras e invasiones eran cotidianas en la Europa medieval; por eso, llegar, invadir y consolidarse era un ejercicio normal de soberanía para los reinos europeos; los españoles no eran ajenos a ello. La insaciable codicia de muchos de aquellos conquistadores, la necesidad de mano de obra barata para el imperio y la interpretación bíblica para la iglesia de que nuestros nativos no eran seres humanos permitió la esclavización del indígena y la posterior traída de esclavos desde el África para ampliar los dominios españoles allende Europa, e imponerse en el viejo continente.

La frase “el imperio dónde nunca se pone el sol” la acuñó Fray francisco de Ugalde durante el reinado de Felipe II, hijo de Carlos I, cuando anexaron las Filipinas y otros archipiélagos a la corona española. Es que Felipe II fue reconocido como rey de Portugal cuando fallece Enrique I, pues el portugués no dejó descendencia. Los lusos tenían territorios en América, África Norte y subsahariana, Asia y los Océanos Índico y Pacífico. Fueron ellos quienes abrieron la ruta marítima de la seda, asentándose en India (Goa) y China (Macao). El tratado de Tordesillas, suscrito en 1494 entre Portugal y España, las mayores potencias marítimas de la época, repartió las zonas de navegación y conquista del Océano Atlántico y el “Nuevo Mundo” para evitar conflictos entre ambas monarquías ibéricas. Los españoles no tomarían la ruta del Cabo de Buena Esperanza, y los portugueses no entrarían a las Antillas. Ese mismo 7 de junio se firmó otro tratado que delimitaba las áreas de pesca entre ambas naciones. Consideraban que el mundo podía repartirse a conveniencia, y los habitantes de sus dominios eran automáticamente sus vasallos. Gloria en Europa, tragedia en América. Ese pensamiento imperial persiste hoy, con criterios nada distintos.

La conquista significó la casi total desaparición de las culturas nativas y una sangrienta transculturización hacia la hispanidad en estas regiones, en la que de a pocos se dio una interesante amalgama entre los europeos y los aborígenes, que más tarde se enriquecería el aporte africano, hasta hace poco despreciado, y, posteriormente, de otras culturas europeas como la italiana y francesa, y árabe, principalmente. Hoy, somos un crisol multicultural en el que, lamentablemente, se perdió mucho de lo aborigen. La polémica sigue. Algunos eruditos han propuestos diversos nombres para conmemorar la llegada de Colón; otros consideran esto como una instrumentalización política. Pero, ¿qué dicen los aborígenes? ¿les hemos preguntado?