Taganga, ¿un paraíso?

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Al terminar el breve ascenso al cerro por la carretera, surge el maravilloso espectáculo de la bahía de Taganga, una ensenada de ensueño como pocas.

La vista del paisaje de aguas azules y arenas blancas enmarcadas por los verdes cerros que la rodean y el adorno de pequeñas embarcaciones en el espejo marino invita acogedoramente a propios y extraños.

Es un pedacito del paraíso en Santa Marta.

Se finaliza el descenso adentrándose en su cotidiana realidad, y la paradisíaca imagen plástica se desvanece de a poco, maculada por el diario malpasar de sus moradores, mientras que muchos visitantes, particularmente extranjeros, han llegado a la gloria: un lugar hermoso de clima sin igual, gustosa comida de mar, alojamientos baratos, rumba dura, turismo sexual, drogas a placer, libertinaje y, sobre todo, indiferencia de las autoridades y tolerancia general con esa degradación. Lo que para unos es el cielo, para otros es el infierno.

Otrora lugar de soleado reposo y playas tranquilas, de comida nativa y sanas costumbres, Taganga sufrió un deterioro progresivo desde los años 70. Las tradiciones de los aborígenes fueron sustituyéndose poco a poco por el espejismo del dinero fácil ante el asombro de quienes creyeron cándidamente que aquellos pescadores de añejo arraigo permanecerían incólumes ante las deslumbrantes fortunas que enturbiarían el espíritu de muchos; sucumbieron, como cabía esperar. Algunos, conturbadas su almas y dolidos en su moral, quisieron oponerse y protestar contra el abrupto cambio, obteniendo como respuesta el rechazo de otros lugareños y serias amenazas.

Poco a poco, el turismo fue instalándose con todo lo que representa, bueno y malo, hasta perturbar para siempre la tranquilidad del poblado, modificar su aspecto urbano y transformar por completo la mentalidad de muchos lugareños. Algunos aprovecharon la nueva situación para mejorar sus ingresos familiares y desarrollar interesantes proyectos productivos a la par de otros que, sin el menor recato, se pusieron del lado del dinero fácil al margen de sus orígenes y consecuencias. Los extranjeros saben de la indolencia de las autoridades: basta leer los blogs de viajeros a Taganga y conocer de boca de los tagangueros las múltiples denuncias interpuestas sin efecto alguno. El paraíso absoluto para quienes, además de lindos paisajes, buscan el lado oscuro del turismo.

En medio de tan lamentable panorama, las autoridades diseñan periódicamente planes y proyectos para recuperar a Taganga de semejante indignidad, que no pasan de ser rimbombantes catálogos de promesas incumplidas empolvándose en vetustos anaqueles mientras los truhanes hacen de las suyas en medio del temor de la gente de bien que se atreve a denunciar, de la complicidad de algunos tagangueros que se prestan al juego miserable por unos cuantos pesos en detrimento de la mayoría y del abandono de las autoridades civiles y policiales: la suerte del edénico sitio les importa una higa.

En cualquier lugar del mundo basta aplicar el Código de Policía, que para Taganga parece no existir. No pueden entender los habitantes semejante desgreño, semejante desidia. Mientras tanto, el pequeño paraíso parece perdido a su suerte frente a quienes, sentados en cómodas oficinas, dicen tener soluciones que jamás aplican. ¿Han ido a Taganga nuestros mandatarios locales - alcalde y concejales - después de la contienda electoral a ponerles sus caras a los electores? ¿Qué hacen las autoridades policiales para poner orden? ¿Esperarán los tagangueros a que sus problemas se resuelvan solos?

Apostilla 1. Egipto es una muestra de que los gobiernos prolongados en el tiempo se envilecen, tanto que, para desgracia de los gobernados, quienes generan los mayores problemas creen ser los imprescindibles predestinados a resolverlos.

Pero no hay Mubarak que dure cien años ni egipcios que lo resistan. Dolorosa lección en cuerpo ajeno para los mesiánicos de nuestra región.

Apostilla 2. Se cumplen cien años de la muerte del filólogo bogotano, Rufino José Cuervo, uno los mayores aportantes al idioma cervantino. Hace unos días, el escritor Fernando Vallejo abrió la conmemoración del centenario en la biblioteca Luis Ángel Arango. Le asiste toda la razón al antioqueño cuando afirma que "los vicios del lenguaje no se han corregido, han perdurado.

" Basta ver el constante maltrato a la lengua castellana por parte de algunos comunicadores que afirman haber pasado por la universidad. Sin mancharla ni romperla, dirían algunos. Más cuidado, apreciados periodistas.