Colombia: una nación a pesar de sí misma

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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Kafka, Galeano, García-Márquez y Faulkner juntos, sumados a Ripley, al extraño mundo de Subuso y al mundo bizarro de Superman juntos no hubieran imaginado ni remotamente un Estado más insólito y chocante que Colombia tal como la interpretan los mandatarios.

Por ejemplo, cualquier día los colombianos despertamos con la noticia de que necesitamos "actualizar" nuestra cédula de ciudadanía. Las razones gubernamentales parecían buenas y sólidas, pero el fondo del asunto era depurar un censo electoral camuflado con fines reelectorales. Era también el anuncio de un calvario más para el ciudadano, que siempre debe pasar las pruebas espantosas de un "reality" extremo con cada trámite inoficioso.

El ciudadano del común, el pobre personaje de la opereta, hizo una serie de trámites burocráticos y le expidieron una contraseña provisional sin validez legal. Antes de las elecciones, la Registraduría fue extremadamente eficiente y entregó millones de documentos sin contratiempo alguno: el ciudadano pudo acudir a las urnas. Pasados los comicios, la entidad regresa a su paquidérmico andar y si usted por casualidad ahora extravía sus documentos, para el Estado deja de existir como ciudadano los siguientes 6, 8, 10, 12 meses: el tiempo que decidan los despreocupados burócratas.

Pone usted su denuncio y tramita su contraseña con todas las trabas que existen, pero ese documento es tan útil como una peinilla sin dientes: solo sirve para demostrar que su cédula está en trámite. Para cada gestión que la requiera, el atormentado colombiano debe demostrar ante "notarios improvisados" que es quien dice ser (a pesar de haberlo demostrado fehacientemente con otros identificadores) y que no es ningún delincuente. Y para eso necesita la cédula…

El profesional de la salud tiene su infierno propio: las autoridades sanitarias. Si, por esos azares de la vida, inscribió su título antes de la existencia del Ministerio de la Protección Social, el saliente ministro se ingenió la manera de atormentarlo, rompiendo el mandato constitucional para exigir una sarta de requisitos innecesarios. No rige el principio de la buena fe consagrado en la Carta Magna: el sufrido profesional sanitario ya inscrito ante el fenecido Ministerio de Salud debe volver a realizar su registro y sacar una tarjeta ante el Ministerio de la Protección y otra en la seccional de salud en donde ejerce. Si es especialista, el trámite se duplica, pues son otras 2 tarjetas. Las normas antitrámites no son conocidas en un Ministerio que no se cree ni a sí mismo. ¿Dónde quedó la "nación unitaria", el respeto de la dignidad humana y la prevalencia del interés general?

Personalmente respeto mucho a los muchísimos funcionarios públicos honestos y comprometidos: ellos son el paradigma del servidor estatal. Pero hay muchos otros también que interpretan la norma del modo que su ignorancia le permita o del que sus intereses particulares le orienten. Los instrumentos legales estallan en mil pedazos en manos de sinvergüenzas que dictan cátedra acerca de lo que no conocen, atropellando al ciudadano que les paga su sueldo: ¡tremenda contraprestación! Vaya usted a ver si en la empresa privada un empleado maltrata a los dueños y clientes como lo hacen esos caraduras.

El famoso Runt que se inventaron para conceder un contrato amiguero a trancas y mochas no solo no sirvió al principio, sino que el Estado y los ciudadanos perdieron mucho dinero, el sector automotor se vio perjudicado durante un tiempo importante, y las amenazas de multas tampoco hicieron funcionar el sistema: la falla venía del contratista y no del ciudadano, pero nadie ha exigido las respectivas responsabilidades administrativas, civiles y fiscales a los ex funcionarios. ¿Y el contratista? Bien, gracias. El Runt poco a poco se va alimentando como debe ser, a costa de la paciencia y el bolsillo del sufrido colombiano.

Apostilla 1: Mientras Santa Marta se inundaba en medio de la mayor emergencia invernal que se tenga noticia, las autoridades distritales disfrutaban de unas merecidas vacaciones en las playas de Cartagena descansando de su arduo quehacer. Los funcionarios encargados del mando afrontaron el problema sin brindar solución alguna. Se habla de dos meses para atajar la avalancha de agua: habrá que ver. Por ahora, la Avenida del Libertador se encuentra convertida en un río navegable, el último atractivo turístico del Distrito, al igual que los barrios aledaños.

Apostilla 2. El departamento del Magdalena, sumido en la mayor crisis institucional de su historia, tiene dos gobernadores pero ninguno en firme gracias a las acciones judiciales interpuestas. Las competencias legales para emitir el fallo decisorio están cuestionadas desde el mando central y entre las partes implicadas en un extraño e insondable laberinto. Ya en el Distrito se rumora de jueces con intereses específicos. Mientras tanto, ¿quién manda a los magdalenenses? La silla vacía…