¿Quién manda a quién?

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



La molestia de un sector castrense por el manejo que el presidente de la República da a los diálogos de paz en Cuba no puede ser de recibo. No solo porque constitucionalmente el jefe de Estado y de gobierno, además de suprema autoridad administrativa, es el comandante supremo de las Fuerzas Militares; sino porque a estas alturas de la vida el pueblo colombiano está ya muy en condiciones de exigir respeto por un proceso de paz que ha dejado de ser de Santos y que se ha convertido en verdadero propósito nacional, más allá de sus esperables vaivenes.
Los señores militares que no se han dado cuenta de lo anterior deben saber que no estamos en la década de los sesenta del siglo pasado, cuando, por ejemplo, en el gobierno de Valencia, prácticamente se legitimaba a tiempo completo la potestad político-administrativa mediante el abusivo decreto del estado de sitio. No cabe duda de que la actitud beligerante, el tonito de velada deliberación que los asesores del general Mora utilizaron para renunciar intempestivamente a una tarea tal vez demasiado grande, constituye una suerte de coletazo de aquellas épocas doradas en las que a nadie había que pedir permiso para usar las armas contra el pueblo.
Deben enterarse, tanto los del camuflado como los del Everfit, que no solamente tendrán que aguantarse de aquí en adelante el hecho de recibir más y mejores órdenes de los civiles detentadores del poder político (esa cosa que tanto les molesta), sino que, en la democracia participativa que se gesta hoy en día (y que también se perfecciona con la apertura a diálogos sociales y de paz), será mejor que se acostumbren a interpretar cuidadosamente el sentimiento de una nación que con su trabajo e impuestos es la que costea el aparato bélico, el cual, una vez firmada la paz final, devendrá en poco menos que inservible, y que, entonces, será silenciosamente desmontado por la potencia incontenible de las nuevas circunstancias.
Así pues, en la Colombia actual no solo manda la investidura del presidente, señores generales; en realidad, respecto del proceso de paz con las Farc, y del sobreviniente con el Eln, es la gente la que ahora determina el discurso cotidiano de aquel. Por lo demás, confío en que su opinión como ciudadanos opositores sea protegida, pues la violencia de la intolerancia no cabe en este caso, ni en ningún otro que involucre el destino de la convivencia pacífica; sin embargo, es de recalcar que no parece buena idea averiguar si será o no tolerada por los colombianos alguna tentativa gratuita de sabotaje para evitar el fin del conflicto. En eso, ustedes seguirán perdiendo.
Estoy convencido de que, en esta lucha del pasado con el futuro, el presente decidirá la victoria a favor del último, sindéresis mediante; y de que, aquel que se oponga al curso natural de la historia sufrirá las consecuencias de rigor. Por ello, creo que más les valdría a los injustos renuentes a la paz darse a la tarea de pensar qué se va a hacer con casi medio millón de validos cuando no haya guerra que pelear (que no sea contra el hambre y la ignorancia, etc.), y no sea posible intrigarse una nueva.