Escrito por:
Tulio Ramos Mancilla
Columna: Toma de Posiciones
e-mail: tramosmancilla@hotmail.com
Twitter: @TulioRamosM
La propuesta secesionista de la senadora Paloma Valencia en relación con la vieja problemática de Cauca, su propio departamento, despertó todo tipo de malestares en la opinión pública nacional durante la semana pasada.
No era para menos: en lugar de que esta filósofa y abogada se explicara con ideas de profundidad académica y social (lo deseable en una senadora colombiana) decidió decantarse por servir de vocera solitaria de un íntimo sentimiento de raza y de clase que inspira a muchos ciudadanos que quisieran que Colombia no fuera lo que es.
Podría decirse que Paloma se sacrificó por su gente, la que, a su vez, la dejó sola después; su gente, que, como bien se sabe, no sale a respaldar tonterías en público, por más que crea en ellas en privado.
La idea de separar a Cauca en territorios indígena, por un lado, y blanco-mestizo, por el otro, y de dejar "en libertad" a los negros caucanos de elegir a dónde quisieren irse (si al lado indígena, a tirar piedras y protestar, o a la facción blanco-mestiza, a progresar, a buscar el desarrollo, según afirmó la misma Valencia en la entrevista dada al director de Proclama del Cauca), parece sacada de una mala novela de tema político, con una protagonista en franca decadencia de sus facultades mentales. Lamentablemente, no es ficción: es la realidad que siempre la supera.
Ahora bien, dejando en claro que lo último que voy a hacer en la vida es darle la razón a cualquier uribista acerca de casi cualquier cosa, debo aceptar que Paloma Valencia lo que hizo, en últimas, fue un acto puro de la política que entiende, del que después tuvo el desparpajo de reafirmarse (a pesar de seguramente intuir su alocado error): ella no hizo más que procesar el sentir que ha debido de percibir durante toda su vida en los círculos deliberantes de la orilla blanca y mestiza de su tierra de presidentes, el Cauca.
En realidad, la senadora Valencia solo practicó lo que el manual de políticos colombianos dice: oportunismo más vehemencia, igual a votos.
El problema estuvo en que parece que no consideró que todo tiene sus límites, especialmente en siglo XXI, en el que vivimos (¿no?), que no es el mismo escenario dela Popayán de principios del siglo XIX, donde el mentecato de Tomás Cipriano de Mosquera juraba que era descendiente directo de Carlomagno.
La verdad, limpia de todo eufemismo, es que Valencia sí concretó una idea que impulsa calladamente gran parte de la vida social colombiana.
De hecho, no faltarían los no caucanos que han debido de pensar que, tal vez, lo de partir en dos, no ya al Cauca, sino al país entero, no podría ser malo: echar a un lado a la Colombia atrasada, bruta, pobre, negra e india, floja, perezosa, fracasada y perdedora, y demás epítetos que por ahí he escuchado; y, en otro sector, perpetuar a la Colombia pujante, educada, blanca y católica ("europea"), industriosa, inteligente y trabajadora, optimista, llena de vida, entre otras maravillosas cosas que también he tenido que oír.
Lo que propuso Valencia no es nada nuevo, al contrario: es la confesión espontánea del vernáculo espíritu clasista y racista de la mayoría de los que mandan en Colombia desde que la Colonia española dejó marcado el camino que recorremos forzadamente juntos.