Un país para los niños

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Le decía a una amiga que me preguntaba mi opinión sobre la situación de Venezuela en estos días que a mí la que me preocupa es Colombia.

¿Por qué? Veamos. Ante todo, y lo dicen fastidiados los venezolanos de ambos lados en contienda, se trata de un país, el nuestro, repleto de entrometidos que no se fijan muy bien en lo que pasa en casa, o peor, que, incapaces de enfrentar con éxito la propia dificultad, buscan solaz (uno bien extraño) en el asunto penoso ajeno.

Pues bien, aquí parece no haber problemas en los que ocuparse; pero eso es solo una ilusión: estamos repletos de cuestiones irresueltas, empujadas con la escoba debajo de una abultada alfombra. Si se pudiera hacer psicoanálisis a las naciones, seguramente la nuestra lideraría en traumas.

La semana pasada no se habló de otra cosa que de la frustrada adopción homosexual. Presenciamos un nuevo lavatorio de manos de la Corte, así como lo ha venido haciendo el Congreso frente al mismo tema y al paralelo del matrimonio entre parejas del mismo sexo.

En síntesis: las minorías en Colombia no tienen la más mínima posibilidad de adjudicación de derechos por la vía legislativa, y menos por la jurisdiccional.

Todo ahora debe tener una expresa "existencia" constitucional para que "exista". Vea usted: resultamos ser los más constitucionalistas del mundo, aquí, donde las leyes están pensadas de antemano para escabullírsele precisamente a la garantista Constitución de 1991, odiada hasta la médula por el quietismo estratégico.

El expresidente César Gaviria no sorprende con su propuesta de feria transicional. Solo podría sorprenderse alguien que no viva aquí, o que, viviendo, se la pase más atento a lo que pasa afuera.

Claro que se necesita ampliar el cubrimiento de la justicia transicional a todos los actores, directos o indirectos, de este conflicto. Y es bueno que se les vaya quitando el miedo que tienen los que de una u otra forma han participado en la guerra, y que se la pasan oponiéndose a la paz solo por el hecho de que la guerrilla "pague menos" que ellos al final.

Después de todo, ¿quién de nosotros no ha sido tocado por esto? Si Santos logra coordinar jurídicamente (sin impunidad propia para nadie) ese perdón-sin-olvido impropio, habrá terminado de aniquilar al uribismo.

A mí todavía me están explicando cómo puede haber un alias como el del individuo que asesinó a los niños en Caquetá. ¿Quién apodó el Desalmado a semejante bestia?, ¿se llamaría así acaso él mismo, antes?, ¿o se ganó el mote cuando se ofreció a matar a gente inocente e indefensa?: ¿alguien admiraba ya a ese sujeto por su conocida sangre fría, y lo bautizó así? Posiblemente: el país del que debemos ocuparnos es este, no de otro. Por lo demás, nadie en el mundo sabe lo que pasa realmente en Venezuela sino los venezolanos.

Entonces, el papel del club de "países que comparten valores liberales" (donde ansía filtrarse Colombia) debería ser respetuoso de la soberanía de los Estados, pues de ella depende, entre otras cosas, el derecho de los pueblos a autodeterminarse, aunque haya los que -como el nuestro- renuncien voluntariamente a ello.