Una forma que sí encuentra su estilo

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



El verso de Rubén Darío me sirve para trastornarlo, y así decir en el título lo que en verdad quiero decir. Licencias más que poéticas, dirían: baladronadas mías, confieso. La cosa es que en estos días leo con energía a Stefan Zweig, escritor judío y austríaco suicidado hace rato, en Brasil, en plena guerra mundial segunda que desangraba, entre otros lugares, a esa, su Viena mágica, en la que me cuesta trabajo creer cuando la imagino estando con el libro entre las manos. Zweig era un cosmopolita, un viajero, un hombre culto (más que llanamente educado), y alguien que, con su escritura, además probó poseer una tesitura espiritual particular: era un aristócrata que no dejaba de poner los pies desnudos en el piso de la realidad de los días, aunque este estuviera mugriento y maloliente. Como hace poco leí en una de sus novelas, de la boca de un bien logrado personaje suyo: creo que la literatura era una manera, su manera, de llegar a las certidumbres.


Esa posible cualidad cognoscitiva del leer o del escribir (del escribir o del leer, da lo mismo) no me atrevo cuestionarla o a refrendarla así, a priori. Pero aclaro que, de ser necesario, tendría que inclinarme naturalmente a aceptarla, a prohijarla incluso. Y esto, ¿por qué? Porque Zweig, al igual que otros escritores fuertes, era un trabajador de su estilo, es decir, un confeccionador paciente de su modo individual de entender ese método de conocer la vida que era para él la literatura. Colijo entonces que el conocimiento que le interesaba no era el mismo de los libros de texto: me parece comprender que mediante el incesante perfeccionamiento de su estilo lo que buscaba, en el fondo, era saber más de sí mismo. Algo que no es poca cosa, digamos, para algunos. Es de recordar ahora lo que otro pensador, Anatole France, dijo tajante a propósito de esto: "El estilo es el hombre". ¿Cómo estar en desacuerdo?

Si el estilo de un escritor es lo que sale de él mismo, de su propia personalidad, o mejor, de su yo interno, el caso comentado podría ser considerado como paradigmático. Pero, más allá de esto, lo que me interesa señalar de lo narrado en Zweig, y de la forma que cada una de esas narraciones tiene, es el rugido que les brota para compadecerse fielmente, desde dentro, con el estilo dominante del escritor austríaco, a través de un tenue contraste entre la miseria cuestionada en letras en cuanto a siquiera su existencia, de un lado, y la sobriedad de la prosa que la hace posible, por el otro. Es como la imagen de un asesino que escucha a Vivaldi para recordar por qué mata.

Claro está que la prosodia referida es alemana, y que acaso por ello no puede absorberse todo en español (en el de los españoles), pero la sensación todavía es la misma del descubrimiento silencioso de un muerto en la víspera de una boda: el lado oscuro de las candilejas se revela descarada y dulcemente con las palabras traducidas, casi transliteradas, que el autor usó elegante para volver un juego de niños la podredumbre humana que ha sido materia de investigación.

El estilo de Zweig encuentra la forma de su obra a pesar, o gracias, a la divergencia aparente: se trata de un maridaje perfecto entre lo sensible y lo brutal. Hablo de la indivisibilidad de lo que antes ha sido dividido artificialmente, y que al final se une por sí mismo ante unos ojos incrédulos.