Escrito por:
Tulio Ramos Mancilla
Columna: Toma de Posiciones
e-mail: tramosmancilla@hotmail.com
Twitter: @TulioRamosM
Un comensal acaba acuchillado en el piso, quizás por las no-maneras que usa para tratar a su amable mesera, quien, caso contrario, seguro no lo habría reconocido. Una bomba revienta el parqueadero del concesionario privado del tránsito porque sus grúas acostumbran llevarse el carro de quien sea, adonde quiera esté aparcado, y sin derecho ni a comparecencia de trámite. Un conductor se hace el valiente dentro su Audi nuevo en una carretera desolada, e insulta voceado a la madre del que maneja un vehículo mucho más lento porque éste no le da la vía al primer cambio de luces. Una novia ya madurita se da cuenta, en plena fiesta de bodas, de que su reciente esposo ha tenido algo más que algo con una joven del trabajo, la que se ríe cuando le evita la mirada, y lo comenta con los otros de su mesa. Un avión fletado para transportar inadvertidamente a todos los que, en el camino de la vida de un hombre, se la dañaron, de pronto va en picada…
¿Es la vida una comedia negra? Salí de la sala de cine el otro día pensando en ello. ¿Qué puede contar lo tragi-cómico que no quepa en otro género dramático?: es posible adivinar lo inexplicable, creo, más que abordar lo simplemente inexplicado. Relatos salvajes, película argentina, me dejó preso en su adultez cinematográfica. Se trata de una obra absolutamente cerebral, pero al tiempo volcánica; la famosa regla aquella de que la tensión se mantiene en un filme mediante la creación de la sensación de que algo va a pasar, aunque no se sepa qué ni cuándo, es aquí refinada al máximo, pues no sólo no se sabe lo que viene, aunque pueda olerse el patetismo, sino que la sutileza con que se precipita el fondo de la cuestión es tal que no se notan para nada las costuras: ni siquiera se da uno cuenta de cuándo ocurre todo. Pues ese todo es natural e impetuoso, vivo, dramático como la vida misma. Y a la vida se la acepta, sea lo que sea.
La violencia, elemento transversal a las varias historias relatadas, no es gratuita, sino real; no se mata, se pega, se grita, se ofende, se humilla y se odia porque sí en la película. De hecho, los personajes son increíblemente humanos, esto es, racionales, dialogantes, comprensivos incluso; sin embargo, la consunción de bondad que los hace explotar subsiste ahí, en los motivos yuxtapuestos particulares. Varios cineastas, como Kubrick, Tarantino o Ritchie, entre otros, han intentado delinear su verdad estética de la violencia, cada uno con relativo éxito. Todo depende.
Lo único cierto es que nadie nunca podrá saber en qué consiste integral-mente el impulso de destrucción, presente en todos los erectos bípedos de pulgares oponibles que han pasado por el planeta, causante de tantas tragedias como imperios han sido creados en nombre de pasiones, esas sí, confesables. En últimas, ¿quién no ha sentido alguna vez el deseo de imponerse, pase lo que pase? Eso se llama vulnerabilidad, y es propio de seres arrojados a la existencia sin un propósito definido, o sea, de todos. El punto está en que no se gana nada con dejar de reconocer que los hombres están en permanente lucha disimulada, unos con otros, y que la única forma de superarla -de sobrevivirla- es aceptándola, para así no estallar de desesperación ante lo incierto. Una comedia negra bien hecha descifra el dibujo de esa parte borrosa de los días: el nítido claroscuro de la rabia inmanente, conservada así desde la congelación de las apariencias.