Una temporadita en el Infierno

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Estoy leyendo un estupendo libro de P.D. -Phillys Dorothy- James, venerable anciana inglesa que acaba de cumplir 94 años el pasado 20 de agosto, y que se ha pasado más de la mitad de su dilatada vida escribiendo novela policíaca, o novela negra, o novela, llamada genéricamente, de misterio. Talking about detective fictiones el título de esta, una más de sus publicaciones, solo que de corte ensayístico, confeccionada con la maestría y señorío propios de quien sabe lo que dice, con el convencimiento pleno, además, de por qué es necesario decirlo, y de por qué no sería mejor callarlo.
La novela negra es uno de esos sub-géneros literarios subestimados desde su nacimiento. James, que hace un cuidadoso estudio de su concepción, gestación, parto y árbol genealógico, incurre sin embargo en el error de situar su origen casi exclusivamente en Inglaterra, en épocas de la genocida y celebrada gloria imperial; eso es algo de lo que no estoy del todo seguro, Mistress, entre otras cosas, porque, según me parece, la novela de misterio es tan universal y vieja como el hombre mismo y los miedos que no lo dejan en paz cuando está solo. Aparte de eso, queda muy bien expuesta la desdeñosa mirada desde arriba que le han hecho al crimen novelado algunos escritores, considerados por sí mismos como "serios y profundos".
Pero, en verdad, ¿qué puede haber más profundo, y menos emocional -aunque emocionante-, que desenterrar el móvil de, digamos, un homicidio, en tanto que libre expresión del lado oscuro de la naturaleza que compartimos? Muy poco, ¿no es cierto? Ahora, cabe asimismo preguntarse si en sociedades tan habituadas a la sistematización de la defunción, como la nuestra, con sangres derramadas reciente e imparablemente, será posible describir cómo el magnetismo del mal subyacente en el aire puede explicar al menos una parte de la rutina cotidiana. La respuesta parece un tanto obvia: sí, es posible, siempre que el claroscuro clásico de la narración sea intencionalmente teñido de un color particular, nuevo matiz, de una forma deformada que no sea la misma del brumoso Londres del siglo XIX (o del Infierno de Rimbaud). El enigma tropical, que es como una proposición que se niega a existir.
El miedo, entre nosotros, no es eso sensacional que hay que buscar para sentir más intensamente, pues, que no se olvide, hemos vivido en medio del terror de no saber si sobreviviríamos siquiera a la sabida balarifada y demás. Así, una novela ennegrecida local tendría que venir nadando desde la otra orilla de la realidad y plantearnos un motivo: en medio de la desolación de la muerte masificada debería averiguarse por qué seguimos sonriendo alelados ante ella. La conclusión en verdad podría ser algo pestilente, incómodo, violento y tenebroso. No se trataría entonces solo de adoptar adaptando, que es lo que nos la pasamos haciendo con todo: consistiría en aplicarle al inocente hecho macabro que percibimos un filtro de lógica inversa, o sea, entender por qué se ha decidido que es mejor reír que llorar en el corto plazo, sí, pero sin olvidar que lo inexorable llega después de aquella primera impresión en el alma. El suspenso está en descubrir que la felicidad podría no ser tal. Eso tiene el poder de asustar y es asunto narrable, si bien aburrido, por previsible.