La autoridad no existe

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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM

La frase, desde luego, no es mía. Es un grafiti escrito como reacción a un rotundo aviso de prohibición de grafitis, a cuyo pie se lee la firma amenazante de "La autoridad". Y la respuesta para el desafío entonces es: La autoridad no existe. Me resulta gracioso, y nada más que eso, pues no creo en ningún tipo de anarquismo nuevo, cuan poco realista e inteligente es creer que la vida social (y mucho menos la verdadera individual) es posible sin que haya unos márgenes dentro de los cuales se ejerza su garantía, lo cual, sobra decirlo, debe hacerse con responsabilidad, con autoridad. Sí: la autoridad existe: se trata de lo que se reconoce voluntariamente como necesario; si no es así, no hay autoridad, sino opresión legitimada con silencio cómplice.

El "abuso de autoridad", así, eufemismo con que se conoce en Colombia a la conducta repetida de muchos de los servidores públicos que faltan a su deber de protección a los ciudadanos, vuelve a estar en cuestión en estos días de inicio del segundo período del susodicho gobierno de la paz. Hablo de lo que subyace en el tema de los artefactos eléctricos que la Policía Nacional ha empezado a usar sin más restricciones que las auto-impuestas en convenientes protocolos que están por escribirse, sin ley de la República que regule la conducta de los agentes en cada una de las posibles situaciones, y sin que ni siquiera se tome en cuenta que por más "pequeñita" que sea su letalidad, esos dispositivos son justamente eso: armas letales, tanto como las de fuego, con las que no pocas veces se cometen crímenes en nombre del orden.

Pues la autoridad de la Policía Nacional de Colombia no existe. La perdió hace mucho tiempo entre la ciudadanía, con eso de primero-disparo-y-después-pregunto, con aprovecharse del pobre y desarmado, del que se deje…, con sus mal tapados escándalos de corrupción, sexual y de la tradicional… Estamos hablando de una autoridad falsamente positiva, de papel, de propaganda barata.

(El desprestigio de la Policía, que se corresponde plenamente con su realidad, no se corrige con maquillaje: publicidad y nuevos uniformes). Por esto, está justificado el miedo de la sociedad colombiana frente al refrescado potencial de impunidad que tendrían algunos uniformados merced a unas armas que, en determinadas circunstancias, pueden matar; y ello, sin la sospecha que normalmente levanta la utilización de las pistolas de dotación: si el ciudadano electrificado en exceso muere, mala suerte: "No era mi intención", dirán en juicio, y ya.
Recuerdo la noticia. Era 1993, y me parecía increíble. Hoy, ella, Sandra Catalina Vásquez Guzmán, nacida el 30 de marzo de 1983, tendría treinta y un años. El año pasado se inauguró en el parque adyacente a la Universidad de los Andes, de Bogotá, un pequeño rosal apuntando a la Estación Tercera de Policía, que todavía está allí, aunque sin letrero; dentro de ese melancólico y furioso Jardín de la Siempreviva reposa una inscripción en la que se recuerda el episodio: un agente en servicio en esa dependencia violó y mató a Sandra en cosa de veinte minutos, al cabo de los cuales salió corriendo del lugar de los hechos.
Era una niña que en un mes más tendría diez años. He recordado eso con ocasión de lo recién denunciado por un hombre de Ciénaga, Magdalena: según él, unos policías hicieron todo para asesinarlo en la zona rural de ese municipio. Se escapó, en maniobra suicida, y denunció el hecho con nombres propios. Los periodistas de la noticia quisieron entrevistar a los involucrados, pero no pudieron: de los seis "policiales", dos (uno de ellos, alto oficial) ya han sido trasladados, y nadie, pero nadie, sabe dónde están.

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