¿Por qué?

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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



¿Por qué Santos, que hace cuatro años se disputaba con Uribito el favor electoral del uribismo, el mismo 7 de agosto de 2010, mientras se posesionaba, empezó a dar muestras con su

discurso de lo que consumaría inmediatamente después, es decir, la traición más fría, bella y patriótica de que se tenga noticia en este país, reino de la disimulación? En ese tiempo, escribía yo aquí en contra del futuro presidente, motivado por aquello que todos legítimamente creíamos que representaba: apoyo al paramilitarismo, a la mafia narcotraficante, a la corrupción en las más variadas formas, a la desinstitucionalización del Estado en clave de endoso a un indeseable sujeto que, aprovechándose de la debilidad del pueblo -fragmentado, confundido y disminuido durante siglos-, pudo, hasta ese momento, exprimir la teta inagotable de la plata pública, destripar la ya escasa moralidad social, e instaurar un estilo de conducta que no es consecuencia, sino causa directa, de la precaria situación nacional que le dejó al traidor justo para proseguir. Cosa que no fue así.
Hoy, cuando los hechos han probado de qué estaba hecho el presidente-candidato, no sólo no retiro nada de lo que dije, sino que me reafirmo, pues entiendo que esa es la manera de resaltar hasta la admiración su exquisito engaño al auto-denominado uribismo: el gran acto de prestidigitación despreciativa a unos peligrosos enemigos ganados para toda la vida; lo cual ha convertido a Santos, ciertamente, en el hombre llamado por el destino a cerrar este círculo de fuego en el que habrán de quedar encerrados los incendiarios de Colombia. No me queda ninguna duda. Ahora bien, la pregunta que muchos se han hecho es: ¿por qué una persona escoge el camino difícil, pudiendo irse por el fácil -como cualquier pelele lo haría-, y decide enfrentarse a su antiguo jefe, y contraprobarlo, sabiendo que -en principio- no tiene caudal electoral propio, y que el tema de la Paz -lo opuesto a la guerra uribista, rentable para los uribistas- no es necesariamente algo que los colombianos entiendan del todo, ni de lo que estén convencidos?
Me aventuro a creer que Juan Manuel Santos, al decir de Martí, conocía muy bien al monstruo, por haber estado en su entraña. Sabía de qué se trataba en realidad la Seguridad Democrática, y quiénes eran los autores fundamentales de esa estafa; y, sobre todo, conocía muy bien a Vito, perdón, a Varito Uribe, como dicen que le llamaba el precursor político, doctor Pablo Escobar. Por eso, y porque para alguien con carácter es claro que ser presidente de la República es una responsabilidad con Colombia y no con un individuo oscuro y siniestro, Santos debió de saber desde un principio que su vida, su libertad y su honra, dependerían en lo sucesivo de hacer lo que tenía que hacer, aunque nuestro pueblo amordazado no se lo pidiera, pues para gobernar lo habían elegido: abatir el mal rumbo de un país al que se le había impuesto la ley culebrera de la fonda, y declararlo viable de nuevo, o sea, al menos vivible. Y lo hizo, lo ha hecho, y debería seguir haciéndolo. El círculo debe cerrarse, y la encrucijada, irse. Tenemos derecho a vivir en Paz.



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