¿Quién necesita a los conservadores?

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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM

Simón Bolívar, siempre Simón Bolívar, el gran capitán anticolonialista por excelencia en el mundo, el enemigo personal del imperialismo y de la pretendida superioridad europea (invasora, criminal y ridícula a

la vez); un hombre tan radical que nunca se dio a la tarea de ocultar el odio ardiente sentido hacia su némesis fundamental, la España opresora, fue en vida tan maltratado por los países aún informes que exoneró de la ominosa esclavitud, que quién sabe si su muerte en nuestra calurosa Santa Marta acaso le habrá venido como una especie de liberación. A veces, la muerte puede ser eso, ciertamente. Sin embargo, no creo que se lo haya mancillado tanto al gran colombiano, una vez matado de ingratitud, como cuando a algún baboso local se le ocurrió nombrarlo, sin que lo hubiera merecido nunca, fundador ideológico del Partido Conservador. (Sí, el mismo partido de Abadía Méndez, aquel de la masacre al pueblo bananero el 6 de diciembre de 1928, para con ello proteger intereses industriales gringos, patriota que era el tipo).

Decía la candidata conservadora, Marta Ramírez, en medio del alboroto por haber ganado la convención privada y a puerta cerrada que celebró su partido, que "Colombia es un país conservador". Válgame Dios. Yo sé muy bien que en el ejercicio de la política está permitida la falacia como método de captación de incautos, y que las cosas que se digan en ese infierno de intereses tenuemente yuxtapuestos, que es la campaña, no tienen validez sino en proporción al peso intelectual y moral del aspirante en cuestión. Hasta ahí, que cada quien haga lo que quiera. No obstante, afirmar alegremente que este es un país "conservador" implica haber confundido (¿a propósito, o por sincera convicción guerrerista?), para intentar reinar, la simple idea retrógrada post-colonial del ramplón conservadurismo colombiano, por un lado, con el ánimo hampón del paramilitarismo y sus diversas formas mafiosas parientas del establecimiento, por el otro. En realidad, no podría haber lugar a correlación alguna entre dichos fenómenos. (¿Todavía estamos en la era post-colonial?: sí, todavía: algunos lo están, lo quieren estar: quieren "conservar" ese statu quo legado por las circunstancias históricas, tan conveniente para ellos).

La señora Ramírez, discípula del tomateado Uribe -linda imagen-, evidentemente conoce mejor que yo, y, sobre todo, más de cerca, el pasado reciente -y "secreto"- de Colombia. Digamos, el de los últimos diez años. Es por eso que me preocupa, como ciudadano activo y votante que soy, que una de las opciones en el tarjetón electoral sea la suya, la de la perpetuación de lo establecido, como si eso fuera algo bueno para el pueblo hambriento y desangrado. (Pero me alegra que el espectro reaccionario esté dividido entre ella y Zuluaga, lo que garantiza -aún más- la estruendosa derrota uribista que se viene). Sea como fuere, quiero decirle en público, candidata Ramírez: usted no representa nada que la honorable Nación colombiana quiera actualmente, y es por eso que Santos no los necesita, ni a su merced ni a su partido, ni al patrón Uribe, para terminar lo que empezó, obligación que tiene pendiente. Así, aunque este gobierno no sea perfecto, ni leal siempre, es por lejos preferible a aquellos que están detrás de la previsible propuesta suya de no proponer nada de real progreso social. Son los mismos titiriteros de Santander, ese eterno subordinado del Libertador, que lograra empoderarse, como buen conspirador golpista, con apenas el resplandor del Hombre de las dificultades. (¿Bolívar conservador y Santander liberal?: sólo es posible en la Colombia de las formas que desmerecen al fondo). No necesitamos más a tales señores de la guerra, pues éste es el verdadero tiempo de la paz, y hay que creerlo con fuerza.

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