De mensajero a cacique

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



Hace algunos días Salud Hernández-Mora se fue lanza en ristre contra Diomedes, y escribió: Una cosa es el artista, el genio, que lo fue; y otra, el pésimo ejemplo vital que daba. El hombre y el genio de Diomedes no pueden separarse. Y para redondear su fariseísmo, tuvo la desfachatez de escribir que "en determinados ambientes bogotanos quedaba mal decir que te gustaba Diomedes, era como traicionar las buenas costumbres y ponerse en la orilla equivocada".

¿Qué hay de nuevo en que determinados ambientes bogotanos miren con desdén a la provincia y a sus hijos? Eso es lo que llevan haciendo por los últimos doscientos años.

¿No son acaso esos determinados ambientes bogotanos, los mismos que han servido de sórdido comité de aplausos cuando algunos de sus plutócratas contertulios se enriquecen con lo ajeno? Son los mismos que censuran en público lo que hacen en privado, y que acuden en romería, y de gorreros, al Festival Vallenato en Valledupar para ver si logran aparecer en la página social de alguna insulsa revista.

De Diomedes El Hombre, puede decirse que fue un hijo del pueblo que vivió como si fuera inmortal. El hombre que en cada uno de sus muchos amores, en cada beso, perseguía un verso o una canción. El hombre que cantándole a sus amores le cantó al amor. Diomedes tal vez no hubiera sido el genio que fue sin sus incontables amoríos, sin sus excesos y sin sus contradicciones. Fue un hombre tan auténtico, que parecía de mentira.

La vida de Diomedes y su legado musical solo se entienden si se miran como otro capítulo más de nuestro surrealismo Caribe. Diomedes fue al vallenato, lo que Álvaro Cepeda Samudio al grupo de Barranquilla. Los genios artísticos son hombres de grandes defectos, llenos de excesos y poseídos por demonios interiores.

Estoy seguro que en cada parranda, en cada canción que componía y cantaba, Diomedes se batía a muerte con el diablo y con sus demonios interiores. Cada canción era un duelo a muerte del que casi siempre salió victorioso.

El problema no es que Diomedes fuera un mal ejemplo; el problema es que era Diomedes. Si algunos de los que han tenido todas las oportunidades en la vida nos han dado y nos siguen dando tan mal ejemplo, ¿por qué ensañarse con alguien que no las tuvo y que a pesar de las limitaciones del ambiente en que creció logró ser alguien?

Diomedes es un desafío a nuestros prejuicios sociales, un desafío a las leyes de la impermeabilidad social y por esto nos incomoda. En determinados ambientes bogotanos, este muchacho del pueblo, mensajero de Radio Guatapurí, no se merecía tanto reconocimiento ni dos horas en los principales canales del país. Así como en su momento tampoco lo mereció el corroncho del liquilique, el hijo del telegrafista de Aracataca, que escribía porquerías que afrentaban el hipócrita puritanismo capitalino. Mal disimulada envidia, digo yo.

Nunca he visto que los canales de televisión más importantes del país, ni los medios ni los columnistas, se vuelquen masivamente a cubrir la muerte de algún virtuoso mensajero. Si hablan y escriben de Diomedes, bien o mal, es porque dejó una huella importante y porque no se resignó a ser un ignoto mensajero de Radio Guatapurí. ¡Esto sí que tiene mérito!

La vida de los genios no puede ser definida ni medida por la gravedad de sus defectos sino por la grandeza de su arte. Su arte es universal y para todos; sus contradicciones y sus defectos es asunto de unos pocos, y no nos corresponde a nosotros juzgar, máxime cuando ya están en presencia del único juez justo, su Creador.

Diomedes hasta su muerte fue un hombre de contradicciones. Había logrado burlar la muerte varias veces, pero al final fue la muerte la que se burló de él. No deja de ser una ironía incomprensible que un hombre como Diomedes Díaz, El Hombre de amores y parrandas incontables, muriera durmiendo en una cama. La contradicción ultima.

Este hijo del pueblo se merece el aprecio de sus seguidores y el reconocimiento de los colombianos por todo los que nos dejó. Lo que piensen determinados ambientes bogotanos, no nos importa un bledo.