Escrito por:
Tulio Ramos Mancilla
Columna: Toma de Posiciones
e-mail: tramosmancilla@hotmail.com
Twitter: @TulioRamosM
El señor procurador no tiene la culpa de ser lo que es, de representar lo que representa, así como la naturaleza no tiene la culpa de matar al hombre cuando hay un terremoto, o cuando una serpiente muerde a quien la acaricia.
Ordóñez es un producto colombiano de la vieja ralea. Él, aunque quisiera, no podría hacer otra cosa sino hacer lo que hace: intentar ganar un protagonismo barato -y, mal que le pese, sin valor electoral significativo- a costa de aquel que sí logra algo por sí mismo, en este caso Petro, elegido por el pueblo colombiano para dirigir a la capital del país, y no a cualquier ciudad.
Y así pues, resulta que el abogado de la sociedad, el defensor público por antonomasia, no es sino apenas un leguleyo más que utiliza una de las pocas letras malpensadas de la Constitución para prostituir su propio espíritu liberal (liberal en el sentido menos ridículo de la palabra).
El procurador no tiene la culpa de aplicar la normativa con que le provee el ordenamiento jurídico para fallar, dicen los sesudos juridicastros de la derecha, racionalizando el postulado politiquero que propugnan con palabrejas de procedimiento naturalmente usadas en los mentideros judiciales.
(Es cierto, grandísimos doctores, la ley es la ley, aunque sea dura). No obstante, lo que molesta a la mayoría de la gente es la actitud santurrona e hipócrita a más no poder de este señor, quien se ha dado cuenta de que se puede hacer política como si en una obra de teatro de la antigua Grecia estuviéramos.
Sí, Ordóñez ha redescubierto la influencia sectaria a través de la desvergonzada publicación de su supuesta fe católica -rígida, populista, vacía- de la que me atrevo a decir que no es tal, sino una buena excusa para engañar a facciones fáciles de engañar.
Me explico. Alejandro Ordóñez ha sido fiel a la imagen que ha creado de sí mismo desde joven, como joven rezandero, intuyendo, tal vez, que algún día podría redituar enel imaginario el discursito de la rectitud moral (cristiana). Yo, que como los liberales de la Violencia, voy a "misa de cinco", o sea, calladamente, porque ese es asunto mío y de nadie más, no le creo nada al jefe del Ministerio Público su exageración, y más bien lo denuncio como falso creyente, como politiquero, y como cómplice del expresidente derrotado. Si hay que exagerar en algo es porque eso no es cierto.
Digo que, sin embargo, no tiene la culpa de ser lo que es: no podría ser así en otro país. En política, los oportunistas, los advenedizos, los acomodaticios metódicos no tienen responsabilidad en que sus víctimas sean tan desprevenidas como para dar valor de verdad a lo que sólo es la actitud payasa -aunque, en este contexto, lamentablemente efectiva- de un funcionario público que debería deberse al pueblo, y así, respetar sus decisiones.
Si Ordóñez puede darse el lujo de emitir fallos estratégicamente convenientes, que contravienen la voluntad popular, es porque cree que su prestigio de pacotilla lo puede proteger. ¿No habrá manera de develar la verdad en este caso?; ¿se saldrá con la suya un tipo que no es real?; ¿otra vez humillarán al pueblo colombiano, los que se creen sus dueños, sin que pase nada? Se siente la rabia en las calles.