Escrito por:
Tulio Ramos Mancilla
Columna: Toma de Posiciones
e-mail: tramosmancilla@hotmail.com
Twitter: @TulioRamosM
Según el incomprendido Maquiavelo, hay tres clases de cerebros. Los primeros son los que no disciernen por sí mismos y tampoco entienden lo que otros disciernen. Esos cerebros no sirven para nada. Después vienen los cerebros que no disciernen por sí mismos, pero que, al menos, entienden lo que otros disciernen. Esos cerebros son buenos, y son los más comunes. Finalmente están los cerebros que, además de entender lo que otros disciernen, son capaces de discernir por sí mismos.
¿Qué clase de cerebro es el deseable en el medio social colombiano, tan rezagado frente a los que mandan en el mundo? ¿Se fomenta aquí el pensamiento propio como estrategia de desarrollo, en lugar de aplaudir el apelotonamiento como idiosincrasia? Por otra parte, si la función de la educación no es la de producir en masa cerebros discernidores que nos disparen como potencia emergente, entonces, ¿para qué sirve la educación? Veo a diario a un montón de idiotas educadísimos que no son capaces de simplemente pensar por sí mismos: se la pasan aferrándose (parasitando) a otros que sí crearon algo ellos solos. Y es que crear duele, ya lo sé. Son muy pocos los que están dispuestos a aguantar eso.
Nunca existirá una colombian-way que nos saque del eterno círculo vicioso de la dependencia mientras seamos incapaces de tomar grandes riesgos, y de perder -si hace falta-, en la carrera por inventar (inventar, inventar) que otros iniciaron hace ya mucho tiempo. Discernir, o no hacerlo, no debería ser una disyuntiva válida en una sociedad atrasada y con tantas carencias como ésta.
El modelo de desarrollo social (si se quiere hablar de "desarrollo" empiecen por la gente, y no por su revés: la economía, repetiré siempre) no puede ser ajeno a la necesidad de hacer cambiar la manera de percibir la realidad y, si se quiere, la vida misma, en la base de la comunidad. Va siendo hora de comprender que un país desarrollado no tiene que ser por fuerza un escenario de tecnología indiscriminada, de calles límpidas, y de edificios muy altos; desarrollo es tener gente preparada, en todas capas sociales, para construir eso.
Llegará el día en que Colombia esté repleta de ánimo generador, en lugar del criticismo estéril que determina a su vez el quietismo parasitario que no nos mueve hacia ningún lado. La educación de los colombianos del futuro tiene que ser la herramienta para hacerlos discernidores (o sea, príncipes de su propio destino) que logren separar lo bueno que tienen en sí mismos de lo malo que se les ha ido inoculando desde que nacieron: la plata fácil, el atajo, la trampa (o su trasfondo: la pereza, el pesimismo, la negación)…, y todos los demás antivalores que conocemos de sobra pero que no erradicamos de nuestra conciencia porque, a veces, como que no podemos.