Escrito por:
Tulio Ramos Mancilla
Columna: Toma de Posiciones
e-mail: tramosmancilla@hotmail.com
Twitter: @TulioRamosM
Y un día Chávez abrió su cuenta de Twitter, apellidándola con la sabrosa expresión del título, que en Venezuela puede significar algo así como la vivacidad de una persona, cosa bien acusada y sabida sobre el desaparecido líder bolivariano, tanto, como su influencia sobre el pueblo es todavía decisiva.
No tardaron, recuerdo, los apóstoles de la sabihondez en descalificar esa pura interjección de ánimo relacionándola con asuntos de brujería, porque, claro, debía de tratarse de un festivo llamado al diablo de los pobres. A esto, digo yo, si realmente lo intencionado era hacer una invocación al mal -vía Internet- Chávez habría tenido simplemente que denominar a su cuenta "CasadeNari", "Narco82", o ya de una vez "Elparacopresidente".
Candanga era, porque se movía por todos lados, el insigne caudillo latinoamericano ido. Candanga sigue siendo, porque está en todas partes, el espíritu de justicia que sembró, con sus palabras y hechos ciertos contra la inhumanidad social. Nicolás Maduro, sensato, dirige su campaña hacia la perpetuación de las mismas exitosas ideas chavistas, que habrán de llevarlo limpiamente al poder en nombre de todo un país rojo sobremanera, para lo cual no debe importarle -como no le importa- que lo llamen loco cuando habla de los pájaros, o del medio plátano maduro que Raronski se va a llevar como premio de consolación el 14 de abril.
Y hace bien: al digno "metrobusero" lo que debe interesarle es seguir hablando el lenguaje del pueblo, de su pueblo, que es el único que decide, y no pensar en complacer a esos que votan, apoyan, o impulsan a criminales genocidas -digamos, en Colombia-, y que después vienen a criticar métodos ajenos, como buenos charlatanes que son. Todos los conocemos: son los mismos que odian que haya diálogos de paz, porque lo único que quieren es que siga y siga la negra guerra, tan redituable para ellos.
Un mes después de la muerte física del Comandante ha empezado a aclararse algo que preocupa cada día más a los enemigos de la Revolución: Chávez está vivo. Y lo está de una forma tan inasible que ni siquiera vale la pena volver a intentar matarlo. Pues el mártir Chávez es ahora inmortal.
Se habrán dado cuenta sus odiadores de que es mejor luchar contra un hombre vivo, falible por definición, que tratar de quitarle el magnetismo al portador de una imagen de triunfo de la que se ha empezado a pensar que siempre fue de otro mundo.
Ahora el intrépido teniente coronel está en todas partes, en toda la gente que lo quiere aún mejor hoy finado, y no podrán desplazarlo de ese lugar común así nomás. Para hacerlo tendrían que empezar a matar de cáncer a la vida misma.
Porque está muerto, ¿no? Digo, Chávez: está muerto, ¿no es así? No, no lo está y el domingo lo veremos redivivo en Maduro, en la gente venezolana que manda en su país, en la colombiana que desde aquí hace fuerza por la verdad, en los pájaros, en el aire, en lo que se quiera, pero sobre todo en la emocionante victoria de los humildes despreciados que ni la maldita muerte podrá negar. Es tiempo de los excluidos, una vez más -de aquí en más, ahora y siempre, por siempre- y para siempre.