Escrito por:
Tulio Ramos Mancilla
Columna: Toma de Posiciones
e-mail: tramosmancilla@hotmail.com
Twitter: @TulioRamosM
Los propios gringos le llaman a esto Wishful thinking; es decir, el hecho un poco infantil, algo ridículo, de pensar con el deseo: como si la vida en relación fuera cosa de que se haga lo que yo quiero en determinado momento, y no más, con prescindencia de las voluntades ajenas, que, en política (pues de eso hablo), lo son todo. Matizo lo que digo: las voluntades ajenas sí que lo son todo en cuestiones sociales (y no en las morales, por ejemplo), pero eso no implica en manera alguna que a ellas no se las pueda encauzar, claro está.
Es en el momento en que las acuosas masas humanas dejan de ser guiadas por su fuerza externa inspiradora, y hallan por sí solas, en sí mismas, aquello en lo que tanto se les había insistido, cuando deben empezar a temblar los que, ilegítimamente, estaban pensando en usurpar, manipulando, los derechos de la gente, en nombre de la gente, pero a favor de los infieles a una Patria. Una vez más. Por supuesto, estoy hablando de Venezuela y del Wishful thinking de la derecha venezolana, hermanita menor de la colombiana, tan canchera, tan mañosa, tan egoísta. Y tan revaluada históricamente, como se demostrará con hechos.
El problema que van a encontrar para acabar con los bolivarianos en las elecciones de abril es que, para lograrlo, tendrían que barrer con mucho más de medio país, que es rojo a muerte (esto no es así por la plata petrolera, limitada al fin: piénsenlo). No es que yo dude de que los señores de la guerra perdida, los anti-bolivarianos, sean capaces de disparar contra su pueblo con tal de sembrar la confusión y sacarle provecho electoral: ya lo hicieron el 11 de abril de 2002. Todavía les están explicando el vergonzoso contragolpe que se llevaron. No, no dudo de que se atrevan.
La cuestión es que, intuyo, ni aun aventurándose a la desestabilización podrán cambiar lo que está escrito -más allá de esfuerzos espirituosos-, o sea, que Chávez vivirá en la conciencia popular venezolana por largo tiempo, cuan fuertes fueron, y son, sus actos patrióticos. Maduro deberá, entonces, ser el perpetuador de una Revolución que, en efecto, no tiene por qué terminar mientras haya injusticias por todas partes, y en tanto el pueblo no deje de aplicar lo logrado en estos años, que es su capacidad para discernirlo. Latinoamérica está pendiente. Colombia se prepara. Las causas justas no dependen de las modas.
Venezuela está madura, lista, señores, para empezar a concretar el sueño de Bolívar, de Martí, de Fidel, del Ché, de Chávez, y de tantos otros cuya sangre abona la tierra que los grandes latifundistas usan y gozan, pero de la que nunca serán verdaderos dueños. Esto no es de ayer. Esto no puede ser un invento que ha surgido de la noche a la mañana. Aquí hay historia de por medio, hay ideas, hay realidades. Y hoy le toca dar ejemplo a Venezuela, nuevamente.
Ya los opresores venidos de la católica península habían fracasado en los Valles de Aragua, hace apenas dos centurias. Ahora la lucha es más dura, porque es democrática, en escenarios de debate donde las cosas no son siempre limpias ni mucho menos, todo en medio de la influencia de un dragón ventajista que escupe fuego y sangre, decadente como es, pero peligroso a causa de su honesta afinidad con la muerte: los Estados Unidos de América.
Presenciemos, lúcidos y tranquilos, lo que está pasando cada día en la casa ajena, a ver si aprendemos. Démosles a los bolivarianos/chavistas la oportunidad de demostrar por qué están allí, en situación de poder cambiar su destino. No temamos más la retaliación yanqui, que pasa de leonina a gatuna cuando se ve confrontada con coraje. Son los momentos definitivos de Venezuela, y con ella, de Colombia, de los Andes, del Caribe y de los Llanos, de la Pampa, del altiplano, del indio y del negro, del mulato y del zambo, del pobre y analfabeta, de los desposeídos, de los olvidados del dios del Vaticano. Es la hora de la verdad.