Comandante de almas

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Siguen sorprendidos muchos en el mundo por las honras fúnebres que el sentir venezolano le brindó con el corazón en la mano al gran Hugo Chávez, de aquí en más leyenda obligada de los pueblos latinoamericanos. Se sorprenderán todavía más, lo presiento.

Y es que los malquerientes del Comandante, contumaces, creen que es mentira aquello del amor ferviente del grueso de los Patriotas por su líder, y viceversa, lo cual, hoy, ha quedado más que demostrado positivamente en las calles de Caracas, en las voces del planeta entero. Allá ellos, los eternos descreídos. Lo cierto, sin duda alguna, es que el chavismo no se ha acabado, ni se acabará con la muerte del caudillo; tan es así que el cuerpo inerte del bolivariano todavía no se enfría -¿lo hará, algún día?- y ya el rojo de su invención se toma a Venezuela otra vez, como de costumbre, antes de imponerse dentro de un mes al mismo Capriles de siempre.

Chávez aún se siente vivo en Venezuela. Pasará mucho tiempo antes de que deje de ser así. ¿Por qué? Porque el Comandante era un hombre curado de miedos, que los tuvo, pero que no lo dominaron. Eso, la gente lo supo, lo percibió. La gente, que no es boba. ¿A qué miedos me refiero? Pues a los humanos, a los de cualquiera que haya nacido en una choza de barro pisado en una vereda de una ciudad pequeña, de un Estado insignificante, de un país tercermundista que un día cercano a su propio nacimiento se encontró de pronto con una "mina de petróleo" en las manos, en las de la oligarquía chupasangre, chupa-crudo, y no pasó nada más.

Me refiero a los miedos fundamentales del hombre en relación con su medio: a las dos horas de luz eléctrica de planta que se veían en la infancia como toda una ciudad; a vender dulces en la escuela, carretilla en mano; a la exclusión que te hacen padecer hasta las mujeres bonitas que no pueden ser tuyas, por feo y pobre -¿no es lo mismo?-; a la educación que te falta y que te hace escribir "adquerir" en lugar de adquirir, en directo, en televisión, cuando dabas ejemplo de alfabetización al campesinado.

Chávez se ganó a su gente con esa forma de hacer política que resultaba natural a los venezolanos que le interesaban, esos que se parecen tanto a nosotros, o nosotros a ellos, vaya usted a saber. Mostrarse vulnerable era la clave, dejarse ver.

Hacer que la gente entendiera hasta los procesos de pensamiento del Estadista, con gracia popular, y así, entregarse, integrarse, al ser del común, que no merecía, ¡no!, ser tratado como una hormiga piti-yanqui. Por eso mismo las corbatas de seda y los relojes Cartier, porque el mensaje era completo: "Yo no vengo de ningún lado, como tú, y aún así, lo hice; si yo pude, tu puedes, juntos podremos. Ven conmigo". Y por eso, también, las chaquetas, rojas y verdes, crudas, para que no se olvidara ni un momento quién era.

La inteligente dualidad del hombre que probó ser: "Me tuteo con los ricos que nos compran petróleo, para vendérselo caro, no regalárselo como antes, y regreso a repartir ésa, la plata de todos, entre todos. Y que me llamen asistencialista, porque eso es justo lo que voy a hacer: cuando aquellos, los otros, vengan a buscar lo que les quité, no podrán controlar a este pueblo habituado a la dignidad". Capriles, Ledezma, Borges, López, etcétera…, no pudieron con él, y creo que no podrán tampoco esta vez, como les prenunció Maduro.

El día que murió fue uno de los más solitarios de mi vida. Estaba circundado de odio feliz, de vacío satisfecho, y tuve que permanecer allí dos, tres horas, doliéndome en silencio. La vida es lo que es. Mueren los grandes temprano, y los falsamente positivos siguen como si nada, aplaudidos por ahí. ¿Qué fue de la bondad esencial?, ¿ya no vale? ¡Que viva Chávez!