La felicidad colombiana

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



En medio del jolgorio que muchos colombianos viven mientras esperan impacientes y desvergonzados la fanfarrona muerte prematura de Hugo Chávez -el hombre que creían inmortal, tanto le temen-, hemos recibido una noticia que debe arreglarnos la vida a todos por aquí.

Resulta que por fin se ha dado lo que hace tiempo estaba anunciado, pues dicen que habíamos hecho el respectivo cursus honorum de que hablaban los antiguos romanos, y así, ya no somos uno de los países más felices del mundo, no; ahora este, el país de las moto-sierras y los falsos positivos, el de las masacres paramilitares y las violaciones y muertes de niños indefensos, el mismo que alberga tantos pobres diablos que festejan la muerte, la de un presidente que se ha hecho matar por los más necesitados de su país-sólo porque les "cae mal"-, este, señores, es el país más feliz del mundo.

Ese debería ser un dato de Whatthefuckfacts. Me gusta pensar que alguien pagó para que publicaran semejante despropósito: en cualquier caso eso sería menos perjudicial para nuestra salud colectiva que atragantarse con un supuesto que legitima toda la tapadera que aquí es ley.

Me estoy imaginando cómo hicieron para capturar la información que arrojó este resultadazo, esta victoria de la nación. Más allá de la metodología, me concentro en las respuestas de mis compatriotas, siempre tan determinadas por la irritante felicidad del de al lado, como aquella a su vez seguramente estuvo decidida por la molesta felicidad del siguiente. Ya puedo ver a uno y a otro diciendo a voz en cuello que sí, que él sí es feliz, mucho, muchísimo, aunque no haya para comer. Es como si estuviera presente para ver a la gente mintiendo conscientemente sobre su estado de ánimo.

Digo mentir porque es de sobra conocido que en Colombia pululan las enfermedades mentales, y las depresiones, producto de la violenta realidad circundante, que no es la más favorecedora para ningún estado positivo del alma. Mentiras es lo que han dicho quienes han alimentado esta encuesta -supongo que es una encuesta-, y presumo que ello es resultado del deseo común de no mostrarse inferiores frente al vecino -de no darle herramientas al otro para que venga y me destruya-, o peor aún, del desconocimiento absoluto y generalizado de lo que significa la palabra felicidad, que entre nosotros tiende a confundirse con algarabía, irresponsabilidad, ligereza. (Ahora bien: ¿qué es la felicidad?, ¿lo saben los colombianos?, ¿lo saben los que hicieron la encuesta?: ¿qué diablos es la felicidad?).

Sostengo que la insultante falsa felicidad colombiana es producto, entonces, de una de dos cosas: la mentira nacional sobre eso, pensando con el deseo, ya que para muchos es más fácil embaucarse a sí mismos antes que admitir el dolor de las pérdidas, del abandono: la desolación que aquí se respira, y que tantos prefieren disipar con la evasión de las drogas; o, por otro lado, la felicidad que se pretende vender no es sino la consecuencia lógica de no haberla visto nunca, de no saber lo que es eso, y por ello confundirla con otras cosas. Cualquiera de las dos opciones puede ser en Colombia. O ambas. O ninguna, y siempre sí va a ser cierto que alguien interesado pagó para que el planeta entero se embrutezca con la especie más ridícula que he escuchado en mucho tiempo. Sea quien fuere, sus razones ha de tener.