Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla
Columna: Toma de Posiciones
e-mail: tramosmancilla@hotmail.com
Twitter: @TulioRamosM
En las últimas semanas se han ido para no volver dos grandes personalidades del país, de esas que se notan mucho cuando están ausentes, como hoy. Ernesto McCausland y Miguel Calero.
Nicaragua ganó un litigio territorial que no podía ganarle sino a un país dormido, sin dolientes, que toma sus indecisiones respecto del Caribe bastante lejos del mar, en las alturas de la incompetencia. Ahora Colombia anda deprimida, y el presidente, ante la ausencia de argumentos de Estado, desea convertirse en motivador profesional, y que los mandatarios locales hagan lo mismo. (¿Por qué será que algunos economistas -como Santos-, después de darles vueltas y vueltas a los dogmas de la teoría económica, la terminan reduciendo a cuestiones psicológicas?, y, ¿por qué tantos economistas creen que para gobernar basta la economía?).Una pregunta suelta: ¿necesita de motivación uno de los países más felices del mundo? No, creo que no. Ahora bien, qué importa el hecho de que Nicaragua se quede el mar con que unos pocos se iban a lucrar desde Bogotá, si este planeta que habitamos habrá de fenecer en apenas nueve días. Hablo, por supuesto, de la profecía maya del 21 de diciembre de 2012, fecha que los indígenas centroamericanos no escribieron en ningún lado, y que fue "descubierta" hace tiempo por un…, adivinen, sí: un colombiano. ¿Qué haré con el aseo general que tenía planeado para el sábado 22? Todavía no se.
Todo esto hay que meterlo en el cuadro del fin de año, cuando la gente se pone melancólica, muchos lloran, se recuerda a los seres queridos que no están, a los que están lejos, lo que no se hizo y lo que ya no se podrá hacer, la vida desperdiciada, la vida que se ha ido, que se va, que se fue. A mí, por ejemplo, me da por echarme una pasada por la iglesia, recordar mis oraciones colegiales, dar la limosna que nunca doy, estrechar la mano de desconocidos cuando lo de la paz, etc.; y eso lo hago, al igual que todo el mundo, para aferrarme a la existencia, la mala conocida, y para huir de la buena por conocer muerte, entendida en su más amplia acepción: la nada. Porque es miedo al vacío lo que se despierta cuando tomamos conciencia de que McCausland y Calero jamás van a poder estar aquí de nuevo para, si quisieran, quejarse del tráfico, del clima, o de los políticos, tal era su callada transitoriedad; miedo egoísta, finalmente, pues se sabe que uno morirá también, tarde o temprano. Escomo el miedo inexplicable que da perder territorio nacional ignoto y desaprovechado, así como que exista la posibilidad, por mínima que sea, de que un apocalíptico día se acabe el mundo. Miedo se llama ese desahucio percibido con disimulo cuando se acaba un año y empieza otro, incierto. Se trata -en resumen- de temor a la nada, a la vacuidad, a que la muerte, en efecto, sea como desconectar el televisor y no ver ni sentir nada más, nunca más; y entonces, tener que escuchara modo de última cosa sólo un eco definitivo, como el del cuervo de Poe: nunca, nunca más…