Aquellas épocas mafiosas

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Me da risa cuando la gente habla de los tiempos de Escobar, Gacha, Orejuela y demás ilustres cocaine cowboys, padres de crianza de la patria, como si de un pretérito intangible se tratara: me recuerda el sentido de la famosa frase de Borges, una más que citaré: La libertad, esa ilusión necesaria. Pues puras ilusiones son las que nos permiten seguir viviendo la amable ficción cotidiana de que hemos salido del hueco del narcotráfico; cuando la realidad, que es terca, que no se mueve un dedo sin razones válidas, nos recuerda que no es así, por supuesto que no. 

Durante la semana pasada pensé muchas veces en esto. Mientras se agitaba la opinión pública con la iniciativa del equipo de fútbol Millonarios de devolver dos de los títulos que comprobadamente ganó con trampa en los ochenta, por obra y gracia de la plata y el poder de la droga (y mientras yo paladeaba el ocho a cero que los españoles les metieron sin bajarse del bus), me di cuenta de que es posible que en Colombia no hayamos salido de la problemática asfixiante del hampa generalizada que nos consume, no solamente porque, entre otras, estemos en mora de construir suficientes penales para intentar recomponer la marcha de tanto antisocial que superpuebla las calles y las oficinas públicas, no, sino porque en la conciencia de mucha gente permanece inalterable la idea de que las tragedias que aquí pasan no son sino apenas nada, nada malo; lo que a su vez es consecuencia directa de considerar colectivamente que prostituirse, corromperse, degenerarse, pasar por encima del otro, engañar, robar, matar, no son cosas del otro mundo, ni más faltaba; y que tampoco pasa nada cuando lo haces, nada malo; y que en cambio sí pasa si se te ocurre dejar de hacerlo, perder la oportunidad: te vuelves un pendejo al que nadie va a premiar nunca por ser bueno, o al menos neutro. 

Si para el colombiano ya no hay cosas claramente malas y claramente buenas, sino que la valoración moral o ética -que no son lo mismo- en cada caso depende de la interpretación que se haga, del estado de necesidad, de las circunstancias, o sea, de la pura paja, es porque el colombiano vive y goza en el imperio de la justificación absoluta -que todo lo vale-, y por eso este país no ha dado para más hasta ahora. No, aquí no se ha superado el narcotráfico y su idiosincrasia maldita. La realidad está repleta de ejemplos de esta aceptable, o inaceptable, verdad (cada quien verá lo que quiera ver): en las fotos que se ponen en los BlackBerry abundan las apologéticas alusiones a despreciables malandros nacionales y a sus modos de pensar; los exjugadores e hinchas de Millonarios salieron en estos días, ofendidísimos ellos, a decir que ganaron los títulos referidos sin la más mínima mácula (leer en Internet una entrevista a La Gambeta Estrada donde éste detalla cómo ese Millonarios ochentero dopaba a sus jugadores); se hacen elegir y reelegir como presidentes de la República individuos que prácticamente han publicado sus fechorías… Enfrentémoslo: constituimos, impertérritos, y hasta orgullosos, no sólo un narco-fútbol, sino una narco-economía, una narco-judicatura, una narco-democracia, un narco-Estado, una narco-sociedad. ¿A quién vamos a engañar?

Las épocas mafiosas aún no terminan. No terminarán nunca si las cosas no se dicen y se aceptan como son, a ver si se solucionan. Mientras eso llega, disfrutemos del paisaje, que es lindo; se trata, éste, de un lugar en el que no pasa nada: recordemos que Colombia es pasión, que Colombia es la respuesta, que el riesgo es que te quieras quedar, que te quedes, te maten impunemente como a cualquier otro colombiano de a pie, y que, en efecto, no pase nada.