Fútboles

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM

Creo que la última vez que escribí un artículo de fútbol lo hice hace poco menos de un año, cuando la fallida para Colombia Copa América de Argentina; recuerdo que en ese entonces un amigo medio baboso que leyó lo que escribí, como defendiendo al todavía no echado técnico Gómez respecto de la crítica destructiva que a conciencia le hice, me alcanzó a decir, alicorado, que yo no sabía nada de lo que hablaba, de fútbol, pues para él el equipo colombiano jugaba maravillosamente.

Y si bien es cierto que en ese artículo reconocí - lo que ahora refrendo- que ya los partidos de fútbol televisados me arrullan a la hora de la siesta, porque me aburren, y que cuando veo la caja mágica me concentro en las sesiones del Congreso, en los programas de chismes, en las producciones amarillistas (cuanto más amarillas, mejor), y en los deliciosos espacios de culinaria que me hacen saltar a la cocina a copiarme de lo recién visto, lo cierto es que sigo siendo un excelso conocedor del deporte rey, tanto, que hace menos de un par de semanas, en un partidito de fútbol-cinco, con el aliento acezante y las piernas trémulas, le emboqué con la zurda un tremendo golazo al volador arquero rival que felizmente acabó por despertar el ánimo de mi equipo, en el que también estaba aquel amigo de toda la vida, y a quien todavía le están explicando cómo anoté esa joya, determinante, sin lugar a dudas, de la victoria final.

Así, con la autoridad que me dan tantas tardes dominicales de ver a la Selección Colombia -y al Junior-, siendo derrotada dondequiera que haya un "invencible" Estadio Atahualpa de Quito, puedo decir, con algún grado de certeza, que los jugadores que Pékerman ha venido eligiendo para la eliminatoria, no obstante ser los mejores en cierto sentido -sobre todo en el salarial-, no son realmente los que mejor lo harían defendiendo el inmarcesible honor nacional que tan celosamente guardamos los colombianos desde la Cumbre de las Américas de Cartagena.

El técnico argentino, al que a veces compadezco, por ser apenas un buen hombre que no sabe en lo que se metió, cercado por los hampones que manejan el fútbol local, acosado por la veleidosa obstinación de la prensa deportiva criolla, ha puesto a jugar a muchos tipos que en verdad no dan la talla, muy a pesar, señores, de que aparentemente sí lo hagan en los equipos de afuera en los que están; pues que lo sepan los vergonzantes adoradores de lo extranjero: no por el simple hecho de que alguien se ponga la camiseta de un conjunto no colombiano es mejor que aquel que sí lo hace.

Es cierto que la tentación de creer lo anterior se incrementa cuando uno se pone a ver la actual Eurocopa, la Liga de Campeones (o como se llame ahora), o los torneos de Inglaterra, España, Italia, etc., y puede apreciar las condiciones de los atletas de alto rendimiento de esos certámenes que, millonarios como son, no tienen sin embargo problema alguno en dejar la piel en cada partido disputado, siempre como si fuera la primera vez; algo muy distinto del lamentable espectáculo que nos brinda domingo a domingo la mayoría de borrachos indisciplinados que el único patrocinador de los únicos tres torneos colombianos nos vende como futbolistas profesionales, los cuales, claro, en principio, tampoco serían base de ninguna selección nacional.

Pero no todo el mundo es igual, y hay gente que se esfuerza: a ellos me refiero, a los que, siguiendo su propio camino de excelencia, con seguridad podrían dar su vida por defender efectivamente nuestra bandera, y así, poner a Colombia en el lugar que se merece, pues el acicate del hambre no es menos fuerte que la experiencia de los que, a veces nada más por suerte, han llegado a escuadras de países cuyo principal mérito consiste en confiar en lo propio, lo que les alcanza para derrotarnos en casi todo.