Unos niveles de respeto

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM

¿Qué quiso decir exactamente el excomandante de la Policía Nacional en Barranquilla al pronunciar, convencido, las palabras del título, mientras regañaba a los agentes de su institución que se habían atrevido a hacer cumplir una ley que ellos no ayudaron a discutir, ni a aprobar, como sí podría haberlo hecho el senador objeto de los controles finalmente violados por él mismo? Pues lo que la mayoría de la gente entiende en este país de arrogantes serviles: que hay trabajos, cargos, personas, vidas, seres humanos, más importantes unos que otros, en razón de vaya usted a saber qué, pero con el común denominador -tratando de ser objetivo, a ver si entiendo-, del grado de poder, ya profesional y social, ya político y económico, que cada quien maneja en medio de esta quebradiza comunidad de gentes forzadas a vivir juntas, en la que la calidad humana individual es una cuestión menor, un asunto baladí que no resiste valoración alguna: en Colombia, si algo no se puede convertir en plata, entonces no tiene importancia.

Así, el general de la Policía renunciado no se veía a sí mismo como el afanoso arrodillado ante el poder que otros pudiéramos ver en él a raíz de las palabras de desánimo que tuvo para con los policiales disciplinados, unos muchachos de 26 y 23 años que hasta en el hospital terminaron presas del estrés emocional, no. Para el señor general éste, lo que hizo fue lo más normal del mundo: recordarles a todos cómo es el escenario que él ha visto, la Colombia que conoce: un pobre país de genuflexos oportunistas en el que, cuando alguien tiene mando, por pequeño y transitorio que sea, se cree poco menos que un emperador.

Un paisito en el que, cuando alguien se atreve a hacer un llamado a la igualdad ciudadana en derechos y obligaciones, el propio líder de su institución lo llama violentamente a que no lo haga, y lo hace absolutamente seguro de que está haciendo lo correcto, porque eso es lo que ese jefe sabe, lo que le enseñaron, lo que tiene que hacer, el cumplimiento de su deber: obedecer ciegamente a, sea quien sea, simplemente por el hecho de que ése detenta algún tipo de poder, sin que importe el detrimento causado las normas que, en teoría, todos deberían cumplir.

Lo más triste del asunto es que, de acuerdo con los cánones del servilismo, cuando uno de esos jefes bravucones interactúa con alguno que está escalones más arriba que él, suele hacerlo asustado, como si de una niñita indefensa se tratara. Es alto el precio que pagan quienes así viven para medrar: no existen. Sí: cuando el policía de más alto rango en determinada entidad territorial llama a la desobediencia de las normas jurídicas (que todos los colombianos debemos observar) en virtud de unos llamados "niveles de respeto", es fácil llegar a la conclusión de que ese policía sencillamente no sabe lo que es el respeto, y empieza uno a entender la razón de tantos casos de brutalidad policíaca (¿pleonasmo?) que se presentan impunemente aquí. Y recuerda uno, en sentido contrario, aquél verso del gaucho Martín Fierro, en el que se explica a sí mismo como hombre de valor: "soy duro con los duros y blando con los blandos", creo que dice, para significar que no se arrodilla ante el poder, sino que lo enfrenta cuando es abusivo, y ojalá en defensa de un desprotegido, quien seguramente no tiene nada para dar, más allá de su respeto. Es algo así como aquello de "ser o no ser", ¿no? Avísenme cuando este país decida ser.