Historia de una historia

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Me estoy matando la seca cabeza por estos días con dizque la hechura de un cuento que se me ha dado por escribir, como ya otras tantas, tantas veces me ha pasado. Igual que siempre, se trata de un concurso: he visto el aviso por Internet y se me ha despertado el ansia de contar cosas que no he vivido, que desvergonzadamente me invento, entremezcladas con otras que sí, y con un resto que me han contado, y eso es algo que tal vez me pasa porque es posible que desee parecer más interesante de lo que realmente soy.

(No comparto eso de García Márquez de escribir para que a uno lo quieran sus amigos: si mis amigos no me quieren siendo el atolondrado escritor que soy, de malas: no necesito amigos así. ¿Quién los necesita? Pero claro, el buen Gabo se ganó el Nobel pensando a su manera, y de verdad respeto su muy humana motivación).

Entonces, ¿qué es eso de escribir ficciones?, ¿para qué?, ¿cuál es la importancia de tal cosa? Con sinceridad les digo: ¡yo qué voy a saber! Sólo puedo intuir lo que hay detrás de todo: un deseo irrefrenable de protagonizar con palabras lo que tal vez no se puede vivir con actos. Así de simple, y de triste. Y lo digo serenamente porque acaso ese es mi caso.

Y también lo digo porque no se trata de lo que usted posiblemente está creyendo: no se trata, porque sí, de tratar de vivir cosas buenas, bonitas, de ser el hombre ideal que siempre se ha querido ser sin lograrlo, de hacer realidad las fantasías de una vida mejor, donde se es rubio, alto, rico y sabio…, sino de vivir, sí, otra cosa, que bien puede ser algo malo, malísimo, una dimensión alterna creada con vocablos que podría ser lo opuesto de la vida decente que el propio escritor debe de llevar, quien tentativamente ha de escribir esas cosas para sentir plenamente el peso abrumador y hasta sombrío de la solemne existencia, con todos los sentidos, haciendo así algún contrapeso al día a día tan pobre de todos los días, cruel con su tedio, lleno de nada.

Debo decir que, además, para mí (y para otros muchos), juega un papel importante en todo esto ese hecho ingenuo de meterse en el entusiasmo de una justa literaria creyendo que se va a ganar algo más que el fastidio que tengo ahora.

Emociona el hecho de medirse con otros tontos que juegan a ser Dios, padre todopoderoso, con sus intentos ridículos de crear vida artificial, pretendiendo literalmente vender esas historias a otros más tontos que quieren creer lo que les cuentan. Y yo me cuento a mí mismo en ambas especies de tontos: es decir, soy doblemente tonto, como algunas damas me han llamado, sabias que son ellas.

Pues bien, aquí estoy, escribiendo el cuento a que me he referido antes, mientras también escribo ésto. Simultáneamente. Podría decirse que cada una de estas líneas que usted lee es producto del proceso de decantación de ideas, rabiosa purificación del odio de entraña que siento por no escribir nada que sirva en la otra hoja de Word que tengo abierta.

Pero, a todas estas, acabo de caer en -la- cuenta de algo. Algo que voy a intentar ya: se me ha ocurrido de pronto que el cuento que escribo desde el presente, que está narrado en pasado, puede transmutarse en futuro para hacerse verdad. Pienso que la historia del hombre que he inventado, que él mismo cuenta, resignado por su pasado, desde su triste presente, pudiera hacerse cierta, y consecuentemente, persuasiva, literaria, si se vuelve realidad aquí, de este lado de las cosas, desde el futuro que usted va a vivir en unos segundos: así, a partir de este momento usted, lector, tomará el lugar de mi personaje, y vivirá su vida, sabiendo que a cada paso que dé, a cada instante, sus decisiones -las tuyas- estarán sujetas al simple movimiento que yo haga de estas teclas, con las que narro un pasado que no existió sino hasta ahora, y que, por eso, al terminar de leer estas palabras, usted se levantará de donde está sentado y… caminará maldiciendo el tiempo que desperdició leyéndome.