Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla
Columna: Toma de Posiciones
e-mail: tramosmancilla@hotmail.com
Twitter: @TulioRamosM
De las cosas más absurdas que a los colombianos les ha tocado ver para creer, y no son pocas, he recordado por estos días aquella del “entrampamiento”, según la cual al delincuente y terrorista alias Jesús Santrich lo habrían “inducido”, como a un nene, a cometer delitos relacionados con el narcotráfico en noviembre de 2017. De acuerdo con esa teoría carente de vergüenza, al pobrecito Santrich la Fiscalía de la época, y la DEA, le habrían tendido una trampa para que volviera a narcotraficar, y así “sabotear” el acuerdo de paz con las Farc, que por entonces cumplía su primer año de firmado. Para quienes, con reservas, creíamos todavía en la posibilidad de la paz negociada con esa guerrilla, aquello fue un parteaguas que al menos sirvió para abrir los ojos definitivamente.
Pero el “entrampamiento”, es decir, el viejo recurso de victimizarse para justificar crímenes, no es ni remotamente nuevo, ni mucho menos inflexible en su uso para la ya resbalosa moral antisocial: sirve en un amplio catálogo de situaciones; y cada vez que se lo utiliza alimenta, por contera, la alegada existencia de una “persecución sistemática”, o de monserga similar que sugiera la insistencia en una lucha histórica (y, por lo tanto, con visos de legitimidad). Por ejemplo, en el caso cubano, los comunistas llevan más de seis décadas achacándole al embargo estadounidense la responsabilidad de la miseria del pueblo, al tiempo que repiten que, por eso mismo, los Estados Unidos son el Diablo. Si ellos son tan buenos, y los gringos tan malos, ¿para qué necesitarían integrarse con los del norte?
Más allá del enredo dialéctico tan suyo, el verdadero comunismo utópico parece ser, pues, victimizarse para obtener beneficios; y, luego de conseguidos estos, seguir demandando la cesación de las “injusticias”, así, en genérico. El clásico círculo vicioso. ¿Suena familiar? Convivimos con expresiones neocomunistas: ahí está la dictadura de las minorías, que no reclama el reconocimiento de méritos dentro de la sociedad, sino, por el contrario, la entrega indebida de privilegios para forzar “la igualdad material” entre individuos cuyos sacrificios no son equivalentes; sinrazón que, si no se satisface, puede dar lugar a difamaciones que casi siempre quedan impunes. La lógica del “entrampamiento” se basa en una manipulación cínica, que tiene tanto de infantil como de perversa.
Ahora que el angelito Nicolás Maduro, dictador de Venezuela, necesita que sus subalternos salgan en su defensa para que alguna expedición no lo tumbe a tiro limpio, es, lamentablemente, el presidente de la República de Colombia el mandado a reencauchar el cuentico. Con un mensaje convenientemente ambiguo, tramposo, Gustavo Petro ha dicho que “No hay elecciones libres bajo bloqueos económicos extranjeros”, para con ello significar que la culpa de que Maduro se hubiera robado las elecciones de julio pasado es de los gringos, y no de Maduro. Maduro es Santrich en el universo petrista: una víctima; y, retorcidamente, más que una simple víctima, por cuanto ha quedado autorizado por las circunstancias para apalear a los (solo de palabra) bravos venezolanos. Petro pasa por alto que ni Maduro es Santrich, ni Venezuela es Colombia…, y que ya se acerca 2026.