Escrito por:
Tulio Ramos Mancilla
Columna: Toma de Posiciones
e-mail: tramosmancilla@hotmail.com
Twitter: @TulioRamosM
Después de que una congresista de la República, la representante a la Cámara Susana Gómez, conocida como “Boreal” (y por fumar marihuana), dijera en nombre de la coalición gobiernista que en Colombia la educación de los niños en los colegios es una forma de “violencia y adoctrinamiento”, cualquier cosa se puede esperar. Cualquiera. Incluso que, a continuación, el ministro de Educación se meta en el concurso de la bestialidad, y entonces diga entre sus risas boreales que la cartera que enhoramala dirige nada tiene que ver con la entidad financiera que, desde hace siete décadas, facilita que los colombianos puedan acceder a la educación superior en sus varios niveles. Todo está en las noticias recientes, para ilustración del ciudadano interesado en saber por dónde van las cosas.
En tal contexto de tolerada burla de la razón, la inteligencia y el conocimiento, no es raro que el jefe del Estado vaya a Uruguay a condecorar a un viejo exguerrillero que se ha hecho célebre posando de filósofo de la paz; y que, allí, ante las cámaras, actuando en representación de los colombianos, el insigne estadista nacional pretenda imponerle a aquel uruguayo los colores untados de sangre de un grupo terrorista como lo fue (¿lo es?) el M-19. El viejo exguerrillero, enfermo y todo, jamás gustó de la estupidez; sabe que Uruguay, pueblo pacífico e instruido, ha asumido con paciencia su lastre guerrillero para poder seguir adelante, pero que no se puede abusar. Del otro lado están los del lóbulo prefrontal dañado, adolescentes eternos que han creído que gobernar es escupir para arriba.
En uso de la independencia judicial que este Gobierno ha atacado una y otra vez, la honorable Corte Suprema de Justicia ha rechazado una de esas devaluadas medallas petristas. En efecto, el órgano de cierre de la jurisdicción ordinaria resolvió abstenerse de recibir la Orden Nacional al Mérito, en el grado Cruz de Plata, con la que a buen seguro Gustavo Petro se había ilusionado para hacer politiquería en Quibdó el próximo 14 de diciembre. Fiel a su estilo, a lo mejor con ello también procuraba acendrar la natural división de criterios políticos entre estos operadores judiciales de alto rango, ya que el magistrado José Joaquín Urbano, que se posesionó durante la semana pasada, prefirió hacerlo ante sus colegas de la Corte y no en la Casa de Nariño, como bien lo autoriza la ley.
Paralelamente, porque en este nuevo y fracasado modelo de país se habla de todo y no se resuelve nada (véanse las decenas de temas que el presidente Petro tocó en San Andrés hace unos días, sin ofrecer soluciones concretas a los problemas reales), y a falta de un mes para la posesión del próximo presidente en Venezuela, el primer mandatario colombiano deja la puerta abierta para ir a Caracas a bautizar con su presencia, y con ello a la vez exorcizar, a la insufrible bastardía del dictador Nicolás Maduro. Si esto se materializa, habrá que dejar en claro frente al mundo que, así como los burócratas petristas no representan a los colombianos que quieren educarse, un trapo ensangrentado del terrorismo no encarna los valores de un pueblo que anhela progresar, porque aquí hay leyes que se cumplen; y que, en ese sentido, la República de Colombia no avala dictaduras.