Nada es lo que parece

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM

Ciertamente, es indudable que la inmediatez determinada a partir de los avances tecnológicos ha permitido que apostar por resultados deportivos se haya convertido, durante los últimos años, en una actividad de fácil acceso en nuestro país; en la que, por lo tanto, prácticamente cualquier persona puede participar. Allá cada cual con su conciencia, con su bolsillo y especialmente con su salud mental. Eso sí, el tema es profundo. Está el asunto de la corrupción derivada de esas apuestas en el deporte, que no es nuevo ni se circunscribe a Colombia. Desde luego, me refiero a lo de los apostadores que, indebidamente, a través de sus casi imperceptibles tentáculos, terminan incidiendo en los resultados deportivos de las disciplinas más populares, como lo es el fútbol en el caso criollo.

Hace un par de semanas nada más, en vísperas de las semifinales del fútbol colombiano, un jugador del Once Caldas pareció avisar el sentido del cobro de un penalti al arquero del América. Ahí está el registro televisivo, nadie se inventó esto. El pateador se prepara para disparar al arco, mientras mira fijamente al frente; de pronto, mueve su cabeza a la derecha, rápido, de manera invisible para el aficionado sentado en la tribuna lejana, no para el televidente. A continuación se pasa las dos manos por la cabeza, como limpiándola. Entonces suena el silbato, y, en efecto, el guardameta se lanza hacia la dirección presuntamente telegrafiada, la derecha del cobrador zurdo, que es la izquierda del portero, a media altura. El marcador se mantiene uno a cero a favor del local, faltan cinco minutos.

En estos días revive la polémica en Perú por las declaraciones de José Velásquez, el Patrón, que jugó en el Campeonato Mundial de Fútbol de 1978, realizado en Argentina. A los setenta y dos años, y pasados cuarenta y seis de dicho torneo orbital, el exvolante ha declarado que está seguro de que al menos seis de los jugadores de su sección peruana, los “principales”, además del portero, fueron comprados por la Reorganización Nacional argentina, los militares en el Gobierno, para que se dejaran ganar goleados por parte de equipo anfitrión, finalmente vencedor en aquel año. Argentina dependía de ese partido para poder avanzar. Cuatro años después, en la guerra de las Malvinas, Perú ayudaría secretamente (¿nuevamente?) a los argentinos; así que cercanía siempre hubo.

Dicen que Perú, o mejor, que una nostálgica y orgullosa élite limeña, esperaba que Chile entrara de lleno en ese conflicto de 1982, pero en contra de la problemática vecina Argentina, y ya no simplemente apoyando a los ingleses en silencio, como lo hacía. Se comenta que los peruanos, en el río revuelto que se pudo armar una vez estuvieran involucrados los chilenos, habrían podido intentar la recuperación de los territorios perdidos a manos australes en la guerra del Pacífico, un siglo antes. Todo indica que la neutralidad colombiana en ese conflicto, que bien pudo explotar como polvorín suramericano, fue lo adecuado. Los “hermanos latinoamericanos” estaban listos para aniquilarse mutuamente: no hace mucho se supo que el quebrado régimen militar brasileño, molesto con la vieja hipocresía europea, también actuó calladamente en favor de sus colegas argentinos.