Se acerca el fin de la dictadura

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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM

El régimen “woke”, que es el de la corrección política, está moribundo en el planeta desde que Donald Trump fue reelegido como presidente de los Estados Unidos. No más de esa tontería de no poder reírse de un chiste ofensivo, pues se ha revalidado que son adultos los que se ríen, no bebés; de no poder enorgullecerse del país en que se nació, o eso de poner las banderas al revés, que es lo mismo; de no poder afirmar la masculinidad sin que tal sea llamada “tóxica”, o incluso de la feminidad, sin que ella sea etiquetada como “traidora” del feminismo actual; o, sencillamente, no más de eso de no poder contar con la literatura vieja o nueva como un refugio contra el agobio de la realidad, porque últimamente había que contar la vida como no es para que fuera aceptada por los censores morales.

En lo político, no más de esas impresiones de billetes para sustentar políticas asistencialistas que no van a ningún lado, porque no solucionan de fondo el problema de la pobreza; no más tolerancia con el delito (o a asociarse con él) para justificar supuestas políticas criminales de resocialización, que en realidad lo que buscan es ganar votos baratos, o su financiación ilegal, entre los beneficiados con la impunidad resultante; no más de esa estupidez de pasar de un momento a otro a quedarnos sin recursos energéticos (especialmente en países de ínfima contaminación, como Colombia), so pretexto del sensible tema ecológico; no más del asunto ridículo de los pronombres que, como si la gente fuera boba, se quería imponer en las conversaciones, así como el dizque “lenguaje inclusivo”.

Y ni que decir tiene del cese de la confusión sexual entre los niños, sembrada a través de la ideología de género, según la cual incluso infantes podían terminar “decidiendo” acerca del cambio quirúrgico de sus genitales; la misma sinrazón a partir de la que se pudo ver en las olimpiadas pasadas a un boxeador hombre, que se hacía pasar por fémina, reventando a golpes a una mujer de verdad. Les duele a los promotores de todas estas locuras que haya sido un candidato al que habían desechado, Donald Trump, el mismo que les aplicara la vieja fórmula del sentido común con que hubo de derrotarlos en 2016. Les duele porque estaban convencidos de que podían manipular a la mayoría de la gente como, en efecto, grandes porciones poblacionales increíblemente lo han permitido.

Pero lo que más les afecta es la comprobación de que, en un país en el que se vive para trabajar, como los Estados Unidos, las personas no hayan perdido la convicción de que hay que esforzarse, y dejarse de payasadas, para existir sin ser una carga. Creo que es un error de cálculo de estos censores morales derrotados: en una nación con muchos defectos, no leves ni inanes, el de la pereza nunca triunfó socialmente. Ser perezoso en el reconocido reino de la competitividad podría significar morirse de hambre, o, peor aún, convertirse de una vez y para siempre en aquello que más odia ese pueblo amante de la independencia financiera, que es ser un “perdedor”. Así que no, al menos allá no se ha impuesto del todo la idea absurda de que cuanto más débil para sacrificarse, y más ruidoso para exigir privilegios de la sociedad, se presente el ser humano, mejor será. Todavía hay esperanza.

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