Escrito por:
Tulio Ramos Mancilla
Columna: Toma de Posiciones
e-mail: tramosmancilla@hotmail.com
Twitter: @TulioRamosM
Quizás debido a la coincidencia medida de sus productores, que a lo mejor esperaron a que llegara la recta final de la campaña presidencial gringa para proyectarla internacionalmente, por fin se pudo ver en cines la película “El aprendiz”, trabajo panfletario acerca de la supuesta formación de Donald Trump a partir de las lecciones que su amigo y compinche Roy Cohn le habría dado. Este genio del mal (además de abogado, judío, neoyorquino y homosexual), famoso por haber participado de la cacería de comunistas en los Estados Unidos de los años cincuenta del siglo pasado, tenía muy claro lo que había que hacer si se quería aplastar al enemigo (en política, negocios, o en un estrado judicial): atacar una y otra vez, siempre negar las culpas y jamás dejar de reclamar la victoria.
Es decir: no solo mentir, sino saber vivir en la mentira. Disfrutarla, incluso. Por lo demás, la película exhibe la absurda pretensión de enseñarnos a los espectadores que el joven Donald Trump era un pobre muchacho inseguro que, ya no a la sombra de su padre, en realidad aprendió a moverse entre las duras calles de Nueva York llevado de la mano del curtido Cohn. Esto, además de ser impreciso y falaz, es contraproducente para el propósito de los que hicieron el filme: al final, lo único que se ve es cómo un hombre con ciertas dudas sobre sí mismo logró superar a uno más de sus maestros del mundo del poder, una vez pasaron los años y el avispado Trump pudo darse cuenta de cómo eran las cosas. Nada raro ni muy interesante. Parece un caso de esos en los que el tiro sale por la culata.
Que los grandes negocios se hacen bordeando el límite de la legalidad, ningún adulto lo ignora. Por algo existen los abogados. Que ser demasiado buena gente no ayuda en la toma de decisiones difíciles; que a la competencia se le cortan las piernas, y si es posible el alma; que la ambición consiste a veces en despreciar lo mucho para ir por más, sea lo que fuere… ¿Acaso no es esto lo que enseñan en las escuelas de negocios y de liderazgo, o como se llamen, pero usando otras palabras, unas santurronas? Más importante aún: ¿acaso no es esto mismo lo que incluso los de la otra orilla llevan a la práctica cuando llegan al poder, a vivir sabroso? La diferencia está en la extraña sinceridad de Donald Trump, que, si esta vez es valorada, debería hacerlo presidente de nuevo.
Vi esta cinta rodeado de gente incapaz de reírse de ciertos aspectos de la vida de Trump. Como los rígidos moralistas del globalismo que son, solo adoran a sus preceptores, por ejemplo, a los enmascarados Pedro Sánchez e Íñigo Errejón. El uno, diríase regodeado de que una desgracia no tan natural (las presas franquistas que estúpidamente ha tumbado así lo indican) sacuda a una región española que no lo quiere nada, al punto de descoordinar la ayuda humanitaria que los impuestos de los afectados ya pagaron; y el otro, bocazas del feminismo franquiciado al que, está probado, sus amigotas partidistas (y quién sabe si el propio Sánchez) le encubrieron sus desequilibrios sexuales, como si las mujeres denunciantes solo existieran cuando les conviene. Una ficha de este círculo siniestro pudo haber vencido anoche; a ver si, como los de la película, se queda con las ganas.