Teóricos del caos

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM

Es fácil suponer que Nicolás Maduro, cuando lo hace, nada más recita el discurso legalista como una medida desesperada, aunque enérgica, de asimiento al poder, y que por eso termina hablando de la constitución vigente en Venezuela como si en verdad creyera en el orden jurídico que él mismo quiebra en vivo y sin vergüenza alguna. Con ello, además, le muestra los dientes al derecho internacional y su supuesto injerencismo, cuando, en realidad, la comunidad de expertos que puebla al internacionalismo institucional está alineada desde hace rato con la moral que representa el Gobierno chavista, y, así, es de suyo complaciente con el dictador. Al tiempo, vaya paradoja, Maduro se estaría graduando como defensor de hecho de una especie de soberanismo antiglobalista.

En efecto, Maduro puede “defender” a la constitución porque le sirve hacerlo, porque una dictadura real no se hace por fuera de la juridicidad interna, sino viciando los cauces que tal señala. Y también se hace valiéndose de lo cultural que esté al alcance de la mano: religión, nacionalismo, símbolos históricos, etc., especialmente cuando el pueblo víctima y a la vez victimario de sí mismo es emocional y manipulable. Maduro puede ser iletrado, pero no es idiota. Ya lo decía el curtido en gentes Donald Trump en su primera presidencia, cuando se veía obligado a tratar con el débil Juan Guaidó: Maduro es un tipo fuerte y no será fácil sacarlo. Claro, el Trump mamagallista también se burlaba de los militares venezolanos que un día corrieron asustados ante una falsa alarma de ataque.

Me llama la atención que Gustavo Petro, valedor de Maduro, no crea tanto en eso de las constituciones y demás monsergas de abogados. A mi pesar, he estado hojeando un libro titulado El poder constituyente, de este tipo llamado Antonio Negri, compinche de las Brigadas Rojas en Italia, grupo terrorista que secuestró y asesinó a un ex primer ministro. Traducida la jerigonza comunista mal disimulada, lo que se dice en ese texto es que las constituciones matan a la genuina democracia, ya que esta solo puede llamarse tal si no hay ninguna clase de intermediarios entre la gente y aquella realidad de que se ocupa el derecho; lo que en una mente calenturienta vendría a significar simple y llanamente que “el pueblo es el que manda y, como yo soy el pueblo, entonces mando yo”.

Desde luego, el reduccionismo de Negri y sus fieles es tan evidente que no merece ningún análisis, más allá de que eso no les importe. Tampoco les debe de importar que la muy capitalista Suiza goce de una democracia directa en la vida real y que aun así a nadie se le ocurra hablar de parasitismo socialista. Pues todo cabe en el caos dirigido del “poder constituyente” y solo sus promotores pueden tener la razón. Petro, por su parte, que a partir de hoy tiene dos años para irse, seguirá haciendo sus tiros al aire a ver dónde caen: si en la “constituyente” del “poder constituyente”, cacofonía que le gusta, por el confuso y conveniente intelectualismo de Negri; o ya en el no tan extraviado sendero “madurista”, que sería el trámite ante el Congreso de la República de un acto legislativo para poder reelegirse, proyecto ya anunciado. Con Venezuela al lado, o no, ambas opciones son ofensivas.