De un tiempo a esta parte no se habla de otra cosa. La austeridad está en boca de ricos y del poder; de esos que han vivido entre los deleites y los vicios, la podredumbre y el despilfarro. Claro, de una manera diferente a cómo la sufren los excluidos de un sistema de vida totalmente deshumanizador. Los pobres tampoco conocen otra forma de obrar y de vivir, nada más que en la miseria, continúan marginados del circuito económico, y, ahora, mucho me temo se les siga pidiendo sacrificios a los que no tienen ni pan que llevarse a la boca.
También la Asamblea General de la ONU habla de disminuciones. Decidió una reducción del 5% al presupuesto para las operaciones del organismo mundial durante el bienio 2012-2012. ¿Se puede hacer más con menos? Decididamente sí. Hacen falta buenos administradores capaces de aprovechar al máximo los recursos que se tengan. Pero, a veces, hemos de reconocer que no es cuestión de recortar, sino de cambiar comportamientos políticos y económicos. Los gobiernos están para generar puestos de trabajo y vencer a la pobreza, de lo contrario tienen bien poco sentido que existan. El caso de España, con un sinfín de administraciones y gobiernos, es un claro ejemplo de lo nefasto que pueden ser tantos poderes, trabajando para sí, o sea, para los intereses del gobierno de turno y sin responsabilidad alguna. Un día sí y otro también, la corrupción política salta a los periódicos, mientras son muchos los españoles que cada día ven peligrar el bienestar de su familia, viéndose inmersas en situaciones de injusticia y pobreza, que suelen degenerar en desesperación, violencia, y hasta entrar en crisis la propia identidad de la persona, y no sentirse nada más que basura.
No podemos confundir la austeridad, con meros recortes sociales, y más en sociedades cada días más desiguales. ¿Cómo le podemos pedir austeridad personal a quien no tiene trabajo o recibe un salario indigno? ¿Cómo le podemos pedir sacrificios a los pobres, si nuestra caridad con el prójimo es nula?
Desde luego, sería bueno para el mundo, para todo el mundo, injertar en los planes educativos sobre todo el cultivo de los valores morales, en especial, el del sentido de la equidad y de la justicia, para que en verdad la justicia sea igual para todos; el de la solidaridad y cultura al trabajo, para que en verdad el trabajo sea vida; el de austeridad y servicio al prójimo, para que en verdad seamos servidores de los últimos y no de los primeros; el respeto a la transparencia y a la palabra dada, para que en verdad seamos personas humanas en las que se pueda confiar.
En este momento se requieren ciertamente oportunas medidas políticas que levanten la economía, sin obviar que en cada país tiene sus particularidades la crisis, pero aún mucho más que seamos capaces de pensar en aquellos a los que les falta los bienes necesarios para desarrollarse como persona y como ciudadano del mundo. Esperan la mano tendida. No nos sirve, en este caso, la mano que recorta.