Escrito por:
Tulio Ramos Mancilla
Columna: Toma de Posiciones
e-mail: tramosmancilla@hotmail.com
Twitter: @TulioRamosM
En días pasados hemos tenido que soportar impotentes, una vez más, la acción amenazadora de ciertos grupos armados que, a efectos prácticos, se conocen genéricamente como "Los Urabeños", por ser sus ilustres miembros originarios de Urabá, supongo.
A propósito, hay una foto que circula por las redes sociales, fruto del vernáculo ingenio de los naturales de estas tierras olvidadas de Dios, en la que se puede apreciar a un intimidante encapuchado apuntando con su índice derecho a quien lo mira -a semejanza del reclutador Uncle Sam de los gringos-, mientras arriba de su cara tapada se dice algo, no me acuerdo, de "Los Uribeños", en referencia al expresidente que facilitó institucionalmente la impunidad instrumento de la libertad de los delincuentes que ahora nos ponen en jaque: ese mismo expresidente, que no nombro a fin de hacerlo más evidente aún, si cabe, ha provisto -para que vea usted- la brillante solución del bombardeo a los personajes en cuestión (a costa de lo que sea, se entiende) para acabar con el problema, guardando mucha similitud tal "solución" (¿final?) con la propuesta en su momento por un exvicepresidente que hemos tenido la desgracia de soportar, también, ocho años, y cuyos mayores aportes a nuestro Estado de Derecho han sido las grandes ideas de, en primer lugar, castrar a los violadores, y después, la de electrocutar a los manifestantes estudiantiles del año pasado. ¿Qué habremos hecho los colombianos en la vida pasada para merecernos, no solo a «Los Urabeños», sino a tal presidente y tal vicepresidente?
Y es que, a pesar de que no estoy de acuerdo con bombardear a nadie, puesto que esa es una respuesta canalla e hipócrita a este problema que no es de hoy, sí creo que Santos debe poner a toda la Fuerza Pública a trabajar en serio.
De lo contrario, nos veríamos en la misma situación en que el impune (impune, porque sin penalidad, en su tejado, se fue al infierno) asesino de Pablo Escobar nos puso hace menos de veinte años, y eso sería como perder lo poquito que hemos logrado en todo este tiempo en términos democráticos.
Pues no se podrá pensar en una sociedad igualitaria y justa hasta cuando el Estado colombiano sea capaz de garantizar la ineficacia de la voluntad de tres o cuatro, o mil, o cien mil, gatilleros envalentonados (debido a que no son combatidos con todo el rigor), que pretenden prohibirnos salir a la calle a hacer lo que nos dé la gana con nuestras vidas. Estoy, como la mayoría de compatriotas, harto de que cualquier pandilla que lamentablemente nuestro sistema socioeconómico excreta, nos impida vivir libremente.
Esto no puede continuar.
Así que, además de lo que ya han hecho los gobiernos nacional y territoriales para enfrentar la situación, sobre todo en materia de retórica, también le corresponde a la sociedad movilizarse una vez más, de la misma forma en que lo hace para marchar contra las Farc.
Pero deberá hacerlo no solo para rechazar a «Los Urabeños», o a los que sigan después de estos, sino para presionar la existencia de resultados por parte de la Policía, del Ejército, de la Marina, de la Aviación, y de las demás fuerzas cuyos miembros lucen a todas horas sus uniformes de botones abrillantados, y sus cachuchas impecables, todo pagado con los impuestos que nos sacan de los bolsillos a los que ya ni ciudadanos de a pie somos, porque en este país no es posible andar por ahí como si nada.