Cuentas que no dan

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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Dicen los de la centroizquierda española que la tal costumbre de que el rey encargue formar gobierno al líder del partido ganador de las elecciones generales sencillamente no existe. De manera que podría pensarse que, cuando Felipe VI propuso la investidura de Alberto Núñez Feijóo como nuevo presidente del Gobierno, ante el Congreso de los Diputados, no le estaba enviando un guiño a dicho órgano colegiado para que se resolviera el nudo actual de la política, sino que más bien condenaba al vencedor electoral a ser opositor, y que, con ello, inducía un anquilosamiento calculado de las circunstancias que a su vez forzaría la disolución de las Cortes Generales (Congreso de los Diputados y Senado), la designación de un nuevo candidato en sustitución de Feijóo (hombre gris claro que no ha sabido imponerse al gris oscuro Pedro Sánchez) y la repetición de las elecciones.  

Así, para los próximos 26 y 27 de septiembre se prevé un sacrificio. Feijóo va por los cuatro votos que no aparecen, y que seguramente no aparecerán, para conseguir la mayoría absoluta que le darían los 176 apoyos en el Congreso. Ahora bien, no se puede decir que el líder del Partido Popular no esté haciendo lo que le toca al capitán que ve a su barco hundirse, por vanidad o miedo de un portazo público: ha convocado reuniones con las gentes de izquierda que podrían darle la victoria, hasta ahora sin ningún resultado, y más bien con respuestas descorteses, del tipo “No pierda su tiempo”. En otras palabras, parece haber estado insistiendo desde la semana pasada en que puede hacer política en un sistema parlamentario como si estuviera en un sistema presidencialista, lo que denota que, tal vez, ya en la práctica, en España la cosa es más o menos así. No lo sé. A lo mejor.

Durante la madrugada colombiana del día de hoy se habrán reunido Feijóo y Sánchez, cara a cara y con civilidad, como se acostumbra, aunque no exista entre ellos sino saludable desprecio mutuo. A Sánchez, valga decir, todavía nadie lo ha podido descomponer en sus partes al cien por ciento, y creo que esto restó vigor al más previsible Feijóo: unos dicen que aquel es un corrupto debilucho, que se ha ganado el rótulo de peor presidente desde que volvió la democracia; mientras otros, por su lado, no lo subestiman y, aunque no le quitan lo de corrupto, sí que le agregan los adjetivos de perverso, narcisista y hasta el de psicópata de mirada vacía. El Partido Popular quizás creyó que era viable responsabilizarlo de la caza de brujas permanente que es España hoy en día, gracias a la revuelta cultural engendrada por el espectro que lo apoya, para sacarlo de La Moncloa. No funcionó.

La realidad dicta que la economía española va bien, a secas, y que la promesa centroderechista de “reconstrucción económica, social e institucional” se ha revelado insuficiente. Si a esto se le suma que Feijóo nunca se mostró como un político superior al promedio (recuerda a esos que mandan a los sudacas de vuelta a casa), capaz de emocionar y dar confianza, lo más probable es que la izquierda radical siga en el poder, por ahora, a pesar de quienes no vemos en ella sino imposición igual a la que dice combatir. Que sirva de lección a los países que enfrentan el mismo problema.