Escrito por:
Tulio Ramos Mancilla
Columna: Toma de Posiciones
e-mail: tramosmancilla@hotmail.com
Twitter: @TulioRamosM
Medio plagiándome a mí mismo -lo que no deja de ser repudiable-, hoy, 28 de diciembre de 2011, día de bromas en desuso, y día de mi último escrito antes del promitente 2012, hago un pequeñito balance de lo propuesto en mi columna primera de este año moribundo, que intitulé:
"Fe, confianza y optimismo", lo recuerdo bien, y en la que planteé la estrategia tripartita que se condensa en ese lema, como una respuesta ante la certera incertidumbre de la existencia, y en la que, además, hice una crítica del falso optimismo, a mi modo de ver, causante de muchos de los descorazonamientos totalmente evitables que adolecemos en este valle de lágrimas que llamamos vida.
Entonces, resumo lo que quiero decir ahora, en relación con lo que aquí afirmé hace casi un año: es necesario, para la superación de la desgracia humana, que haya más fe en Dios, más confianza en uno mismo, y más optimismo frente a la realidad de los problemas. Más, más y más.
¿Hay, acaso, otra salida digna para este oficio de levantarse de la cama cada día? Que me la digan, si la saben, porque yo no conozco algo mejor. Y no es que esto sea algo extraordinario, no se trata de una fórmula secreta…, al fin y al cabo, cualquiera puede acceder a este "misterioso" conocimiento.
Hasta yo pude. Hasta yo. Pues lo único que hay que hacer para tomar conciencia de las propias limitaciones es observar. Observen: mientras aquí nos lamentábamos hace un año de la fuerza de un invierno destructor ("la maldita niña", como repite, lavándose las manos, el amigo Santos), y nos echábamos las culpas unos a otros, y prometíamos soluciones para lo que venía, en cambio, este año, con todo el tiempo que se tuvo, seguimos exactamente igual. Ni más ni menos: igual.
En Japón, a principios de marzo, sufrieron un devastador sismo, que casi acaba con buena parte de ese archipiélago asiático, que trajo mucha desolación, pero a los quince días la fábrica de Honda estaba funcionando otra vez, como si no hubiera sido medio destruida por la fuerza de las entrañas terrestres.
Los japoneses no pierden el tiempo, como sí lo hacen los pueblos vanidosos y acobardados.
Creo que tener fe en Dios es un requisito necesario para tener más confianza en uno mismo. ¿No somos, pues, hijos de Dios todos? Por eso, no tiene nada de raro que al creer en él, él crea en nosotros.
El problema es que hay que ser pacientes, y no hay mucha gente dispuesta a creer cuando las cosas están patas arriba. El hombre es débil.
Sin embargo, cuando se tiene fe en Dios, lo repito, la consecuencia natural que se tengan más confianza en uno mismo, y que, por ende, las dificultades empiecen a parecer menos imposibles de superar, y poco a poco, más fáciles de aceptar y destruir, y de pronto, un día, nos sorprenden, pues hasta deseables se vuelven, porque el espíritu se mantiene fuerte cuando está luchando limpiamente.
Por eso digo que el optimismo es el resultado de ese pequeño proceso que tiene su origen en aquello que no se ve pero que, aun así existe: la fe. ¿Cuánta fe, en general, tiene usted?, ¿en qué cree usted?, ¿es fácil creer en eso?
Decía al principio que mi intención era hacer un balance de este año. No lo he hecho. Y creo que no lo voy a hacer: mi vida no se ha terminado todavía, y mientras esté vivo tengo el deber de acrecer mi fe; por eso no vale la pena que me detenga ahora para nada.
Así, cada día que me despierte con el corazón encendido, dispuesto a dejar el mundo mejor de lo que lo encontré, listo para aliviar la carga de los que me lo pidan -aunque mis propias cargas me estén partiendo el hombro-, podré recordar, con absoluta claridad, que hay una razón para seguir, y que si no puedo recordarla en ese momento, simplemente deberé moverme hacia adelante para lograr el merecimiento de que se me aparezca de frente. Una y otra vez, siempre.