Nunca de cristal

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Diez años tal vez han pasado desde que al futbolista brasileño Dani Alves (hoy ya exfutbolista, y metido en serios líos con la justicia española a partir de hechos por esclarecer) le tiraran un guineo maduro en el córner de El Madrigal, el estadio así llamado entonces en la ciudad de Villarreal, en España, ubicada no muy lejos de la capital de la comunidad autónoma a la que pertenece, la Valenciana. Tal capital es la polémica Valencia de hoy a raíz de las efusiones racistas allí vistas contra el madridista Vinícius. Ahora bien, la idea de aquel de la fruta era una: al lateral del Barcelona tenían que sacarlo del partido, y, si para ello debía recurrirse a la degradación de su esencia humana a la de un simio, a través de un símbolo inequívoco, pues qué problema había, ¿no es cierto?

El resto de la historia es sabida por los aficionados al fútbol: Alves, con absoluta sangre fría, en lugar de exhibir molestia o embarrarse en una pelea con la intangible multitud, sencillamente levantó del césped la banana, la peló y se la comió; para, acto seguido, cobrar el tiro de esquina. Por supuesto, su actitud debió de ser contundente a ojos de ese que lo quiso reducir sin conseguirlo, elemento que después fue identificado y procesado judicialmente. Mucho antes de esto, otro brasileño que jugó en La Liga, Emerson, recibió igualmente cierta terapia europeísta, a principios del milenio corriente y cuando estaba en la nómina de la Roma, aunque no de parte de la grada rival, sino de la propia.

Quién sabe con qué concreta motivación, algunos italianos del rojiamarillo entendieron que dedicarle chillidos de chimpancé o de gorila a su volante suramericano podía tener alguna gracia. No obstante, Emerson permaneció en la Roma por cinco años, y luego pasó a la Juventus, al Real Madrid y al Milán, entre otros equipos. Ciertamente, ningún ruido lo detuvo. Casos hay muchos en los que prevalece la fortaleza mental, y acaso física, de atletas golpeados en su dignidad por parte de gentes enfermas de miedo y odio, que se permiten exacerbar su pequeñez al amparo de una tribuna futbolera; asimismo, hay eventos en los que se produce el efecto contrario: pienso en el infantil Mario Balotelli, a quien no pocos de sus connacionales tratan como a un extranjero indeseable, a pesar de haber nacido en suelo italiano, por cuanto su talante conflictivo parece autorizar tal discriminación.

En el fondo de esa cuestión quizás yace lo siguiente: que el estelar delantero Balotelli sea insoportable como individuo, y que además se atreva a serlo siendo negro, a lo mejor es demasiado para determinadas almas en Italia. En este punto, vuelvo a lo sucedido el fin de semana con el fluminense Vinícius ante el Valencia ibérico, cuando afición, jugadores y hasta árbitros se unieron en su contra, moral y físicamente, en lo que semejaba una especie de linchamiento. El problema de todo para algunos puede que realmente radique en que el tipo atacado tenga éxito en lo que hace, por talento o carácter, y que no sea uno más del montón; así, si bien me solidarizo con el gran Vinícius, la solución definitiva no será la queja, sino lo de siempre: responder con la fórmula del resultado positivo personal, hasta que al agresor no le quede más remedio que agredirse a sí mismo.