El peligro Petro

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Escrito por:

Rosember Rivadeneira Bermúdez

Rosember Rivadeneira Bermúdez

Columna: Opinión

e-mail: rosemberrr@yahoo.es


Nuestro presidente fue elegido por una democracia, se debe a ella y está sujeto a ella.

Hoy pocos se atreven a emitir un juicio u opinión frente a la problemática que aqueja a la nación, y la principal razón es el miedo ante el régimen que no cesa de difundir amenazas y de emplear las armas.

Los epígonos renuncian a su individualidad y se entregan a la complacencia de los ideales de quien gobierna. Se crea una relación paternal, mesiánica y parasitaría. De allí se derivan los adjetivos de istas (Uribistas, Santistas, Petristas u otros). Fanatismo, al fin y al cabo, o en términos castizos, lambones y oportunistas que sufren de pereza intelectual.

Hay que fomentar el estudio, el análisis y cultivar la capacidad de formar un convencimiento razonado en la población para que no aprecie los ideales políticos como dogmas o declaraciones irrefutables. Constituye un deber ciudadano desenmascarar al impostor, pero, también el de reconocer las diferencias y la posibilidad de defenderlas sin sacrificar el derecho del detractor.

Hemos caído en el mal hábito de elegir representantes porque nos agradan o convienen sus ideas, cuando lo que debe tenerse en cuenta es la capacidad que poseen para realizar el mandato constitucional, que es la esencia del bien común.

Nuestro sistema democrático no fue diseñado para que el elegido materialice su resentimiento o fantasía política. No somos burros en busca de quien nos ate del cuello para colocarnos sobre el lomo la pesada carga y conducirnos a su antojo.

Al señor Petro se le eligió para que garantice la vigencia y cumplimiento del orden constitucional, no para que construya otro Estado, no para que varíe nuestro régimen económico, no para abandonar el capitalismo que es la fuente de progreso de la humanidad, no para que convierta a la población en parásitos dependientes de subsidios, no para inocular el odio ni para que coloque al pueblo en contra de las instituciones que no se arrodillan ante sus caprichos legislativos.

Las reiteradas intervenciones públicas del señor Gustavo Petro constituyen una afrenta a la democracia, deslegitiman la función del Congreso de la República y su consagración como rama del poder público. Ciertamente, nuestro Presidente se revela como una amenaza para Colombia. Hoy por hoy encarna una mala hora, resultante del engaño con el que se conquistó la intención de voto de las mentes débiles y complacientes.

Amenaza con hacer prevalecer su voluntad, con acabar las EPS, con variar el sistema de salud, con cesar la exploración de hidrocarburos, con suprimir los fondos privados de pensión, con arrojar a las calles a los sectores violentos y depredadores de la sociedad para generar terror y zozobra en la población, si no se cumplen sus caprichos autocráticos. No se obsesiona con el diálogo, con el consenso y la razón sino con la imposición.

Colombia no eligió a un dictador. Señor Gustavo Petro, promueva el respeto por las instituciones, sométase al mandato constitucional vigente del pueblo, que es la máxima autoridad, promueva la cultura cívica en sus electores y sea coherente con la investidura constitucional que hoy ostenta. Usted dejó de representar a los supuestos nadies de campaña y ahora es el rostro visible de todos los colombianos.

No es posible que en otrora haya acumulado méritos desde la oposición y que en el presente regente la máxima dignidad para hacer el ridículo. No es coherente predicar la paz total declarándole la guerra a las instituciones.

No respalde a quien reclama aplausos para los violentos que han pretendido reducir a escombros los pilares democráticos, ni se acompañe de quien ovaciona a los ignorantes que responden al llamado de la autodestrucción.

Colombia respira un ambiente de desconfianza, porque si un Presidente no es capaz de organizar su gabinete ministerial, tampoco lo será para dirigir la maquinaria institucional.

No merecemos un gobierno integrado por confesos drogadictos, que se ufanan de sabios y se comportan como necios al permitir que el vicio los destruya, y que se aprovechen de su imagen pública para arrastrar a la juventud a la fosa que han cavado para ellos e imponerles un régimen de sumisión y degradación.

Señor Gustavo Petro, si usted desea introducir reformas convenientes para Colombia, el camino es el diálogo y el consenso, jamás la violencia o la imposición de su voluntad. Usted no está por encima de la Constitución Política. Usted también es un siervo del orden democrático y debe actuar conforme a él.

No olvide que, si lo que existe funciona, Colombia se transforma.