Técnica legislativa

Columnas de Opinión
Tamaño Letra
  • Smaller Small Medium Big Bigger

Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Durante los últimos días anduve escuchando el audio de los debates de la reforma a la salud en la Comisión Séptima de la Cámara de Representantes, cuan definitiva puede ser aquella para los colombianos.

Es, sin embargo, inevitable aburrirse entre la insustancialidad de las intervenciones de su presidente, que más parece un maestro de ceremonias (por no caer en el lugar común de decir que Agmeth Escaf no ha dejado de ser actor de televisión), el filibusterismo mal disimulado de los que queman tiempo a propósito con sus intervenciones poco sesudas e improvisadas (difiriendo el archivo, siempre negociando), y los gritos infantiles de la montonera gobiernista que va a hacer barra a ese recinto en muestra de lo que son (unos servidores públicos ruidosos, excesivos a la vez que escasos), en lugar de estar trabajando de verdad en horas hábiles pagadas con los impuestos. 

Se cansa uno más cuando recuerda que nada de lo que se ve o se escucha allí es real, en sentido amplio. Y no estoy culpando a la política colombiana en particular: a esos niveles, la política toda no es más que una puesta en escena, donde sea que se despliegue (basta ver para confirmarlo los teatros que son el Congreso de los Diputados, en España, o el Parlamento del Reino Unido). Pero el montaje criollo no deja de preocupar, más cuando se recuerda lo que está en juego allí, en medio de tanta vanidad, palabrería y payasada: la vida de la gente, que quedaría pendiendo del chantaje de los políticos locales merced a la prestación de la ya precaria atención en salud. Esos patrones de provincia deben de andar frotándose las manos, como quien no puede creer su buena suerte. 

La voz engolada de Escaf resuena al conceder el uso de la palabra a sus colegas, quienes, con grandilocuencia, suelen reclamarle al presidente que les dé más minutos, que él no es el dueño del micrófono, que ellos se ganaron el derecho a hablar en las urnas, que lo que dicen que quede en el acta, por favor…, que patatín, que patatán; y luego, lo no dicho, vocablos pronunciados aún sin la mediación de la voz humana: pactemos no agredirnos, que para todos alcanza. La reforma a la salud, con la que se pretende declarar que los recursos que la han sostenido por tres décadas, siempre cobrados por la derecha a todo aquel que a la fuerza ha contribuido al sistema de seguridad social, ahora son públicos, está viva en el momento en que escribo. Y la subasta de la aprobación sigue. 

La oposición parece preparar su propia derrota con antelación, con cálculo, para mantener vivo a un engendro moribundo que eventualmente podría vivir si el deudo accede a dar lo que le toca, que no puede ser ninguna chichigua, como si se tratara de cualquier ley. Los partidos encargados del control político juegan a perder cuando encargan de la defensa de sus tesis a argumentadores todavía peores que los del Gobierno, que echan cuentos en lugar de destruir con cifras, conceptos y casos de estudio, por ejemplo, el embeleco de llevar los médicos a los barrios y a las fincas, como si eso fuera factible en un país en el que ni la fuerza pública controla el territorio. ¿Vale la pena seguir oyendo tal radionovela tan barata, en la que ambos bandos le maman gallo en serio a la democracia?