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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Recuerdo muy bien al profesor de Sociales contar la anécdota. Unos colegas suyos de los años cincuenta o sesenta del siglo pasado se admiraban de la capacidad colombiana para hablar de todos los temas habidos y por haber; eso sí, sin mayor sustento, y, consecuentemente, sin el rigor que la necesidad de ser creído, para poder persuadir o disuadir, impone en cada caso.

Me parece que tales contertulios del profesor Mejía eran unos ciudadanos alemanes, o algo así, que en privado se atrevían a ejemplificar el “asombro” que les producía lo lenguaraces que podían llegar a ser los nativos de esta tierra con la siguiente frase: “Los colombianos poseen un océano de conocimiento… de un centímetro de profundidad”. Es de suponer que los alemanes de hoy hayan viajado más. 

Desconozco si el sucedido es real o ficticio, si venía condimentado o no, pero a la distancia creo reconocer la intención del entonces veterano maestro, hace ya mucho fallecido, en nosotros, que esperábamos recibir alguna educación útil a los trece o catorce años: teníamos que ser gente seria, nada charlatana, que no hablara por hablar, y para lograrlo era menester empezar de una vez en ese salón de clases cuando éramos ferozmente interrogados, es decir, debíamos pensar y no contestar a la ligera. En este sentido, quizás a muchos nos quedó claro que, en la vida, lo mejor sería callar ante una pregunta cuya respuesta se ignoraba, o confesar de plano que no se sabía una cosa, en lugar de inventar, mentir, tratar de burlar a un interlocutor, a un público, o, peor aún, a uno mismo. 

Valiosa lección que, dicen, ha pasado de moda. Por lo demás, tal certeza viene aparejada con otra de las verdades que tienden a olvidarse: no saber algo en determinado momento no quiere decir que no se pueda averiguar después. ¿Cuál es el afán? Ahora bien, en el mundo del derecho, cuando casi nunca hay tiempo de ir a ver en las fuentes una respuesta que debe ser inmediata, y en el que se valora el conocimiento específico y la experiencia relacionada con él, está permitido que la regla de oro de hablar solo de lo que se sabe bien pueda matizarse un poco (no relativizarse del todo) en función del abordaje inicial de un problema. Normalmente, esto sucede cuando, a pesar de la comprensión especial sobre un área jurídica, las circunstancias fuerzan a un letrado a trazar intersecciones entre ramas del derecho que, en principio, se le aparecen distantes y frías entre sí. 

Se trata, digamos, del asunto que, por sus múltiples connotaciones, actores e intereses termina involucrando intrínsecamente cuestiones civiles, comerciales, penales, administrativas, fiscales, disciplinarias y hasta internacionales. En estos eventos, la “fragmentación” de la jurisdicción se hace evidente en su artificiosidad, y el sabelotodo jurídico, incluso a su pesar, debe emerger para unir los puntos y ofrecer un plan comprehensivo. Rápidamente. No basta con que a esto se dediquen ciertos equipos de abogados: un solitario agente del derecho no puede dar un paso hacia un punto cardinal sin antes haber visto la brújula y aceptado cuáles serían las secuelas radiales de aquello, presentes y futuras. Y, así, a veces, solo a veces, este insuficiente centímetro de hondura alcanza para resistir.