A sangre fría

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Tienes dieciocho años y estudias para ser abogado en la mayor universidad del país. Tus padres son inmigrantes paraguayos que han estado contigo desde siempre en la capital argentina, Buenos Aires, que es donde además han podido seguir hasta hoy como humildes trabajadores. Tú eres argentino, por supuesto, porque naciste en el mismo lugar en que vives, a pesar de que, por otra parte, haya quienes te consideren, en vez de un porteño más, eso que determinados blanquitos llaman con desprecio “cabecita negra”, por el color de tu piel mestiza, que bien podría hacerte pasar, no por paraguayo, sino por cualquier otro muchacho de la misma edad chileno, brasileño o colombiano. Eres el novio de Julieta, también estudiante de derecho, con la que acabas de cumplir diez meses de relación. Con fe y disciplina, Fernando, a lo mejor resultas un hombre de provecho. 

Es enero de 2020. Las noticias que llegan de Asia y Europa alertan acerca de la inminente circulación de un extraño virus que afecta el sistema respiratorio de las personas, y que es peligroso, pues puede ser mortal. Hay quienes incluso se atreven a hablar de una pandemia, pero las pandemias se acabaron hace un siglo: la medicina está muy avanzada. Hace calor en Buenos Aires, es pleno verano de vacaciones. Decides ir con Julieta y unos amigos a Villa Gessell, en la costa de la Provincia, para pasar unos días de playa, para disfrutar un poco de la vida. Se hospedan todos en un hostal. Después de un par de días, en la alta madrugada del sábado 18 de enero deciden entrar a cierto “boliche”, aunque esté atestado, pese a lo difícil que sea no rozarse con los demás. 

Allí están cuando, de pronto, uno de tus amigos discute con un joven que se siente empujado por él, y que también anda en grupo. Habría sido cosa de ocho contra ocho, pero en aquel encierro no pasa nada serio. De cualquier manera, ante la creciente tensión, la seguridad del local corta por lo sano y expulsa a ambos grupos, al tuyo, y a los otros, los jugadores de rugby. Máximo Thomsen, el líder de esos deportistas aficionados está fuera de sí. No obstante, a lo mejor tú y tus colegas, Fernando, creyeron que todo había pasado y que no había motivo para mantener la guardia; lo digo porque se fueron a comer helado, algunos de ustedes, en la heladería de nada más cruzar la calle, mientras salía el resto. ¿Lo recuerdas? Faltaba poco para las cinco de la mañana, pero debía de hacer calor. 

A lo mejor no tuviste tiempo de pensar en esto porque una avanzada de dos de los rugbistas te sorprendió por la espalda y, en un minuto, ya completos y dividiéndose el trabajo (unos te pateaban la cabeza, otros impedían a tus amigos auxiliarte, otro filmaba), acabaron con tu idea de ser abogado. Mientras te mataba, Máximo Thomsen le gritaba al suelo que te levantaras a pelear, y, como no lo hacías, optó por imprimir en tu cara la marca de sus zapatos; Matías Benicelli, entretanto, te decía mientras morías que ahora sí que podías volver a pegar de atrás, y que eras un negro de mierda. Minutos después, cuando se alejaban de tu cuerpo rumbo a un McDonald’s, Ciro Pertossi lamía tu sangre de entre sus dedos para que la policía no sospechara de él... Ya son tres años, ¿lo recuerdas?