El espectáculo

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Hace unos diez años, Mario Vargas Llosa publicó un libro que se anticipaba con fastidio a todo lo que hoy es ya omnipresente e irreversible: la banalización de la vida en casi todos sus diversos y a veces contradictorios ámbitos, so pretexto de que lo único que importa es pasarla bien, como si de una carrera contra el tiempo se tratara y todos nos fuéramos a morir mañana mismo. “La civilización del espectáculo”, tituló con sorna el arequipeño su ensayo, quizás parafraseando a un autor filosófico  francés de los años sesenta del siglo pasado, Guy Debord, que en 1967 sacó a la luz “La sociedad del espectáculo”, otro libro razonadamente pesimista. De acuerdo: algunos podrían decir que Mario lo que padecía era sencillamente aburrimiento, allá por 2012, y que por eso mismo terminó escribiendo esta a lo mejor diatriba de un viejo contra el inevitable e invencible paso del tiempo. 

Lo que es más: otros podrían agregar -chismosos que son- que aquella supuesta composición sentenciosa y moralista del gran escritor latinoamericano, para entonces reciente ganador del Premio Nobel de Literatura, vino a hallar su culmen cuando, menos de tres años después de la referida tirada, el casi octogenario aventurero se lanzó a dejar a su mujer de medio siglo de convivencia, y prima, para irse con una representante de ese repudiado mundo de la trivialidad y las portadas retocadas de revista, la hoy septuagenaria filipina Isabel Preysler. Son de público conocimiento a la fecha los tragicómicos detalles de la ruptura: los tales celos provocados por la viuda alegre, el abandono del hogar del noviazgo (ignoro si así lo llama el derecho español), el reencuentro con los hijos del matrimonio real (y la posible pedida de cacao a la exmujer, todavía prima), la entrevista de la exnovia con la que ella se sacó el clavo de la plantada y el dizque nuevo enamorado de la señora. 

El cuento “Los vientos”, que Vargas Llosa dio a la imprenta hace un par de años, y que leí en Internet en su momento, dejaba demasiado al trasluz autobiográfico el nivel de infelicidad al que se había sometido el otrora crítico de este mundo de falsas alegrías y estupideces consentidas; el mismo que cayó en el “enamoramiento de la pichula”, como un adolescente, y que pagó caro ese espectáculo.

Lector que soy de sus columnas de opinión quincenales en El País (a ver si aprendo a escribir), yo ya había notado sin embargo que los últimos años le habían pasado factura al veterano escritor: su redacción ya no era tan clara, tan lúcida; sus argumentos se enredaban, se diluían. Pensé que se debía al inexorable peso de los recuerdos, y al natural declive del intelecto por la vejez. Sentí muchas veces nostalgia leyéndolo. Pero ahora se encuentra uno con la noticia (?) de que lo que pasaba era que Vargas Llosa, novio sonriente, era obligado a escoltar a Isabel a cuanto zafarrancho social había, y que, entre viaje y viaje, no hallaba el peruano una habitación, un escritorio, un lugarcito decente para pensar y poner en cuartillas esos pensamientos, después de pasarse siete décadas haciendo precisamente eso. Así que, si esta es una noticia, a no dudar es optimista: a Mario lo han dejado en paz para vivir de nuevo de una buena vez, pues claro que “escribir es una manera de vivir”.