Para hacer mal cualquiera es poderoso

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Según lo habitual, la frase que encabeza este escrito no es mía, sino de alguien que sabía lo que decía: fray Luis de León, religioso católico, profesor universitario y literato español. Tal vez debería decir que, si bien este hombre era español, fue en realidad descendiente de judeoconversos, es decir, de judíos que en la España de 1492 fueron cordialmente invitados, ya a volverse cristianos y quedarse, ya a largarse de la península por donde sea que hubieran venido. No es un dato menor si se tiene en cuenta que fray Luis cayó preso por traducir del hebreo (supongo que por su origen judío conocía este idioma) el famoso Cantar de los cantares, una parte del Antiguo Testamento que es una suerte de poema romántico, y aun erótico, sobre dos amantes obligados a separarse. 

Una vez encarcelado, don Luis anduvo unos cinco años tratando de arreglar su problema con las autoridades inquisitoriales de la época hasta que por fin pudo volver a su vida académica. Sin embargo, nunca olvidó que fueron “la envidia y la mentira” entre las órdenes religiosas que lo circundaban las que lo sacaron de circulación durante un buen tiempo. Tampoco debió de olvidarlo cuando hizo la referida alusión a que el poder de hacer el mal no es la gran cosa, ni tiene mérito alguno, implicando con ello que quien se convierte en instrumento de contrariar al bien no puede ser más que un pobre diablo que no se ha dado cuenta de que lo es. 

A este hermano le gustaba la soledad, el silencio, la prudencia, la seriedad, la laboriosidad y, claro, el ascetismo: quizás era su forma de agradar a Dios, quién puede saberlo; lo cierto es que a veces pienso en su memoria, especialmente cuando padezco la política. Pues la política, al igual que el derecho, “nos pone en todo, es el último pase entre bastidores”, tal y como un buen libro sobre un abogado diabólico lo registra con maestría. El panorama político actual de Colombia enseña, por ejemplo, que la tierra buena hay que volver a repartirla, porque no alcanza y debería alcanzar, pero también que hay interesados en que aparezcan quienes no desean esperar a que ello se haga legalmente, esto es, lenta y pacíficamente; lo mismo pasa con un sistema de salud que no es ninguna belleza, pero que a medias funciona: parece que no faltan los que esperan la oportunidad de propiciar una crisis institucional sanitaria para poder justificar su sustitución, acaso mediando su precarización. 

En cuanto a los energéticos, espectro de la vida social en el que hemos venido oscilando entre el subsidio de la gasolina injustificado para unos y la conveniente desregulación tarifaria de un servicio público domiciliario para otros; y en el que ahora, a partir de ese sabido desbalance, se pretende meter mano para posiblemente lograr equilibrar las cargas, lo que se aprecia ahora es lo opuesto: la evidencia respecto de la ejecución de una política que históricamente se ha valido del mal para imponerse. La pregunta que muchos nos hacemos es si esta verdad de a puño, o sea, que haya habido quien se aproveche de la ignorancia de la gente para empobrecerla, es razón suficiente para implementar mecanismos aceleradores del cambio sin tener que detenerse a pensar en su bondad.