Escrito por:
Tulio Ramos Mancilla
Columna: Toma de Posiciones
e-mail: tramosmancilla@hotmail.com
Twitter: @TulioRamosM
Creo ser una persona bastante tolerante, generalmente, en materia ideológica. Y no creo serlo menos frente al asunto de las drogas: quien quiera drogarse está en todo su derecho, es algo que no me interesa; pero tampoco tengo interés en imitar esa conducta, elusiva a más no poder, y, por tanto, ajena a mis convicciones personales.
Hago hincapié en lo de la crianza de los niños porque considero que tienen ellos todo el derecho del mundo a que sus padres se ocupen de ayudarlos a decidir lo mejor para sus vidas.
Esto, sin embargo, no garantiza absolutamente que, una vez adultos, se mantengan alejados de la esclavitud a que me refiero.
Es una lástima.
Empecé hablando de mí mismo, un individuo cualquiera, para después seguir con la familia colombiana -de la que los individuos locales son parte constitutiva-, la base, como es sabido, de nuestra sociedad. Lo he hecho así a propósito, pues nuevamente está sobre la mesa el tema de la legalización de las drogas (materia familiar y social por antonomasia), si es que alguna vez ha sido retirado, a propósito de los acercamientos de Santos a Inglaterra, país con el que se siente cómodo en todo sentido, hasta para hablar con los medios de allá de lo que no habla con los de acá.
Y lo ha hecho fiel a su estilo: tirando la piedra y escondiendo la mano, como decía mi abuela. Ha dicho que apoyaría la legalización como solución a la problemática que la proscripción de las drogas genera, pero que él no va a pegarse la quemada de liderar ninguna iniciativa en tal sentido. No ha dicho nada en realidad el Presidente, me parece, y el debate social sigue intacto aquí.
La legalización definitiva de la producción, comercialización, tráfico y consumo de drogas es un momento histórico al que necesariamente se ha de llegar, no solo en Colombia, sino, diría yo, en la cada vez más aldeana sociedad global.
¿A quién quieren engañar los actores planetarios que no lo creen así? Este problema hace parte de la realidad mundial y hay que regularlo efectivamente, so pena de que pase de ser un asunto de salud pública (y de orden público) a convertirse en lo que sencillamente es en este país nuestro: una cosa de todos los días.
Ya que no creo que esté cometiendo ninguna infidencia al decirles a mis lectores la novedad de que hemos dejado de ser simples productores, y rústicos negociantes de droga, para convertirnos en asiduos y sofisticados clientes del propio mercado interno, en número creciente, y con una cierta tendencia a enorgullecernos del resultado final, por aquello del patriotismo será.
El punto es que, según creo, una de las primeras globalizaciones que hubo (mucho antes de la Internet, de la parabólica, o aún del Betamax) fue la de las drogas, con su chic vocación cosmopolita, y por ello, la cuestión es todavía más humana que nada.
Por "humana" quiero decir, otra vez, lo que ya mucho se ha dicho: que este problema global no se acaba si unos cuantos países productores hacen legal el tema, pues una demanda en euros, o en dólares, como la existente, tan generosa, siempre creará ofertas en cualquier parte.
Es por esto que Colombia debe respetar a sus muertos, y a sus héroes, y no debe ceder ante la presión para que legalice en primer lugar dentro de la región, ejercida por algunos países del llamado "primer mundo", que seguramente, ante la derrota moral en esto, buscan salvaguardar su imagen, y culpar a los pueblos subdesarrollados y sus males de "envenenar a su juventud". Colombia no debe caer en esa trampa, y debe esperar, y así, tratar de cambiar en algo la pésima imagen que, como una verdadera maldición, se empeñó en cultivar con hechos. Porque nunca es tarde.