Hoja filosa

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



No he leído ninguna de las obras del escritor angloindio Salman Rushdie, y no tengo afán por hacerlo, pero admito que, desde que se supo de su apuñalamiento en una localidad del estado de Nueva York, hace un par de semanas, la idea de por fin saber quién tiene la razón acerca del carácter de sus letras me ha venido dando vueltas en la cabeza.


¿Es de verdad un literato de peso, que abordó con arte la cuestión central de la violencia islamista trece años antes de que esta se pusiera de moda –la última vez- el 11 de septiembre de 2001; o, por el contrario, simplemente nos encontramos en presencia de un vivo que, prevalido de una supuesta libertad de expresión occidental –y, en él, raramente etnocentrista- ejecutó una injuria que duele igual que certero alfanjazo en los corazones de quienes han sido educados en la fe del profeta Mahoma, y que, sobre todo, es redituable a partir del morbo que eso mismo despierta en las múltiples caras del pensamiento popular universal? 

Parece que me tendré que quedar con las ganas de saber qué hay en el fondo de Los versos satánicos, el libro aludido, pues el problema planteado solo puede desanudarse leyendo el mamotreto de quinientas páginas, o al menos abandonándolo a medio camino, que nadie está obligado a aburrirse solo por gustarle la literatura.

Mientras tanto, es inevitable que siga pensando en quién tendrá la razón: los que, por un lado, creen en la libertad absoluta para escribir lo que se le venga en gana a un autor, con la única condición de que él sepa de lo que está hablando (dicen los iniciados que es el caso de Rushdie); o, de otra parte, los que aseguran que no es posible transgredir ciertos límites dizque jurídicos, o ya morales y éticos (que, en ciertos lugares, son quizás jurídicos), con tal de hacerse con lectores, y que, aquel que lo haga, deberá asumir las consecuencias. 

Es verdad que la época actual tan correctísima, que tiende a hastiar por su escasez de luces e hipocresía a partes iguales, como que fuerza a la gente más o menos sensata a sumarse al primer grupo.

Por ejemplo, sería repugnante ver una cartilla escrita mediante esa idiotez calculada que han dado en llamar “lenguaje incluyente” superar en prestigio, influencia o ventas a un texto polémico, y quizás irrespetuoso, pero a la distancia perceptiblemente atrevido como Los versos satánicos.

No debe de tardar mucho ese exabrupto, pues incluso en Francia, incubadora de las autonomías burguesas, ya se oyen voces que denuncian censura editorial respecto de los temas tratados en las novelas, cosa que creo que allí no tiene precedentes recientes, más en un negocio –los libros lo son- en el que históricamente se dejó en libertad al mercado para alambicar lo que sirve de lo que no. 

Pero también es tentador reflexionar acerca de las realidades de los escritores de ficción.

No pocos han llamado a Rushdie novelista pobre, sin gracia y sin talento, que nunca habría recibido reconocimiento de no haber mediado el sugestivo título que entrelaza métrica y misticismo publicado en 1988, y que ofendió y ofende a muchos de los fieles que, desde su orilla, han vivido escupiendo a los occidentales originales…, más allá de que estos, por ser “incluyentes”, sean decadentes o no.