¿Paz total?

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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



No pinta nada bien la designación que hizo el presidente electo para llenar la plaza de comisionado de paz. No solo porque a ningún colombiano serio le puede gustar que un individuo que, durante la época electoral, anduvo reuniéndose con presidiarios en sus lugares de reclusión, sea ahora el encargado de liderar la política de pacificación del país; sino porque tal señor salió de una oenegé que abiertamente afirma en su “misión” que convalida y aplaude el accionar guerrillero en Colombia, en el entendido de que tales organizaciones delincuenciales han tenido un supuesto derecho a hacer la guerra. Tiene mal cariz este nombramiento que, a lo mejor, impresiona a muchos de los oenegeros europeos con los que Danilo Rueda –que así se llama- habrá vivido entre sábanas: sujetos y sujetas ignorantes hasta de su propia vida, gentes ávidas de relumbrón humanitario, pero a fe que idiotas utilísimos en materia de subvenciones y contactos en el Viejo Mundo que se regodea de culpa tardía.

A los colombianos que sabemos más o menos quién es quién aquí, en cambio, no nos dice nada bueno que una ficha ideologizada y turbia sea la encargada de decir cómo se hace el desarme. Así, a diferencia de los anteriores dedazos en Twitter de Gustavo Petro, contra los que no tengo mayores prevenciones, este sí que representa un mal trago de pasar, porque parece anticipar el tono de lo que pueden ser, no las negociaciones, sino las charlas por debajo de la mesa con actores armados de diversa e impredecible índole; es decir, la celebración de unas diríase treguas de espaldas al país que, en el largo plazo, no pueden significarle a él sino veneno en píldora dorada. Esa, por supuesto, no sería la forma de construir la paz de verdad; y, consecuentemente, el rechazo a personajes como el interfecto no podrían considerarse un cierre a los caminos ampliados de la convivencia. Se trata, como el lector lo sabe bien, de similar diferencia a la que hay entre la gimnasia y la magnesia.

Los votantes de centro de Petro podrían preguntarse en este momento para qué se molestaron en elegir un cambio de rumbo. Si, por ejemplo, el renunciado director del Centro Nacional de Memoria Histórica fue puesto en esa entidad hace tres años y medio para, precisamente, reescribir los hechos al acomodo de su culto de derechas, y ello tuvo consecuencias en el Gobierno, ¿en qué se diferencia esta nominación de aquella? Quizás en que Rueda va a quedar investido de una posición más deliberativa aún, con mayor poder de influencia que el simbólico que podía tener dirigir la redacción de la memoria histórica. Lo único cierto es que la paz total que exigen los ciudadanos no se erige con correveidiles como los dos señalados, sino desde la elevación de la legalidad a guía única de la actuación estatal. Hacer lo opuesto es redimir a “la misma gata nomás que revolcada”. Y envejecida.

La oportunidad que tiene la izquierda democrática de reformar al Estado desde adentro no puede desperdiciarse con la habitual habladuría de paja socialbacana –local o importada- que, en realidad, suele disimular cierta intención aviesa. No debemos confundir la legítima obligación de buscar la paz con un salvoconducto legal para que engañabobos y engañabobas hagan de la gente su negocio.


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