La devaluación de Downing Street

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Eduardo Barajas Sandoval

Eduardo Barajas Sandoval

Columna: Opinión

e-mail: eduardo.barajas@urosario.edu.co



 Ese mundo británico, que a la cabeza de una “comunidad de naciones” pretende ser después del Brexit un bloque aparte en la dinámica internacional del Siglo XXI, presenta una vez más ante nuestros ojos uno de sus típicos dramas políticos, que denotan sus virtudes y defectos.

Protagonista vuelve a ser un primer ministro excéntrico, autor de una que otra genialidad, que no se sabe si está tocando al oído, como en ejercicio de un instinto privilegiado, o si sus actos obedecen a un designio encriptado que solamente él conoce y puede dosificar. El problema ahora es que ese primer ministro habría cohonestado, y participado, en fiestas cargadas de alcohol, celebradas en la propia casa del gobierno, 10 Downing Street, en plena pandemia, cuando a los británicos se les había prohibido realizar reuniones en recintos privados para prevenir el contagio.

Pocas cosas tan indignantes para el ánimo de los ciudadanos, y tan depredadora del respeto debido a los gobiernos, que el enterarse de que, en los altos círculos, y en los recintos donde se deben toman decisiones y solucionar problemas, se lleva una “vida sabrosa”, en lugar de obrar con dedicación, sobriedad, responsabilidad y mesura, pero sobre todo con respeto por las reglas que los gobernantes deben ser los primeros en cumplir.

La calificación y el ejercicio de la “disciplina” hacia el jefe del gobierno resultan a la vez complicadas y expeditas en la Gran Bretaña, ante la inexistencia de una constitución escrita codificada, sino contenida en diversas leyes, sentencias judiciales y tratados, con el denominador común de la primacía del parlamento, que establece el marco de la vida del estado, con respeto por las prerrogativas de la Corona. Entramado complejo, pero al tiempo democrático, adaptable y funcional. A lo cual se agregan tradiciones, partidos fuertes, debate permanente, y opinión y ciudadanía militantes desde hace siglos en la causa de controlar los excesos de la clase política.

Muy a la británica, un “Código Ministerial”, expedido o modificado por el primer ministro, establece reglas a la cuáles se deben someter los miembros del gabinete, a quienes se exige obrar conforme a principios de la vida pública, por fuera del interés personal, con integridad, objetividad, responsabilidad, espíritu abierto, liderazgo y honestidad. De lo cual se deriva que quien las expidió, o haya manifestado su conformidad al no reformarlas, ha de ser el primero que debe cumplirlas, para tener la autoridad de exigir que otros las cumplan.

Ante las imágenes del primer ministro sosteniendo una bebida, junto a una mesa atestada de envases de bebidas alcohólicas, las descripciones de lo ocurrido en jolgorios indebidos, los textos de mensajes cruzados y las pruebas de hechos irrefutables de desafuero, el sistema institucional, sin entrar en judicializaciones dispendiosas, puso en marcha mecanismos expeditos para investigar y aclarar las cosas. Por eso la policía pudo averiguar todo lo sucedido al interior de la casa del gobierno del país, incluyendo la conducta de los más encumbrados funcionarios, y multó a unos cuántos, entre ellos el primer ministro.

El instinto primitivo de aferrarse al poder trae, de momento, consecuencias satisfactorias para quien consiga quedarse por un tiempo con las riendas de un país en las manos. Pero al tiempo, y hacia adelante, trae también consecuencias gravísimas para el resto de la sociedad. Se rebajan los estándares de la vida pública y también los de la vida privada. Se desata una costumbre de quedarse ahí, con argumentos baladíes, que nunca faltan. Se siembra la semilla del árbol de las excepciones, que conduce a que la gente pida siempre tratamiento especial, por fuera de las reglas, sin caer en cuenta que en realidad está pasando por encima de ellas. Con lo cual el Estado de Derecho, en uno de sus elementos esenciales, se degrada no solo en los despachos públicos sino en todas las demás instancias en las que debe tener vigencia.

Los debates y declaraciones que se avecinan mal pueden ser eclipsadas por la figuración internacional de primer orden y el liderazgo del gobierno británico en el trámite de la crisis derivada del ataque ruso a Ucrania. Probablemente vendrá una investigación del parlamento, para establecer si el ahora más prominente de sus miembros, lo engañó. Si 54 parlamentarios conservadores manifestaran su falta de confianza en Boris Johnson como primer ministro, se desataría la elección de nuevo líder. Mientras se desenvuelve ese nuevo espectáculo de la vida británica, sobre la muy respetable tradición de una de las democracias más consolidadas del mundo, ante propios y extraños flota el fantasma de una devaluación del peso específico de su casa de gobierno.