Cómo salirse con la suya

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



En Colombia ningún corrupto que se precie de serlo íntimamente le tiene miedo a que se le abra una investigación, ya sea esta penal, fiscal, disciplinaria o ética; y así cubrimos los espectros público y privado.
No me estoy refiriendo, claro, a la gente que no ha hecho nada indigno de un cargo oficial, o del ejercicio de funciones privadas con vocación pública (¿cuál no la tiene?), y que a menudo es objeto de presión por parte de terceros interesados en modelar su conducta, a través de la amenaza sancionatoria con viso de corrección, de modo que ese potencial investigado actúe en clave de alimentar las apetencias de aquellos que se ganó como enemigos. Desde luego, tampoco aludo a la pertinencia de la defensa técnica que unos letrados adelanten con legitimidad en cualquier diligencia inquisitiva que pretenda horadar abusivamente la honra, y aun la libertad, de sus representados.

Me refiero al que se sabe bandido y no tiene problemas con dicho reconocimiento, de ese al que no acosan melindres de ninguna índole cuando de favorecerse indebidamente de la sociedad, el Estado, administrados, socios, o rivales se trata; y que, hablando clarito: siempre creyó en sus adentros que tenía y tiene verdadero derecho a beneficiarse como lo hizo o lo hace de la situación de poder en que se encontraba o se encuentra todavía. Todos conocemos a estos individuos, se pasean por ahí como si tal cosa. Para honrar al título de esta columna, haré un resumen del procedimiento de evasión de responsabilidades que, estoy seguro, la mayoría de lectores tiene de lleno identificado, pues la repetición con que nuestro país nos ha obsequiado sobradamente ha sido la mejor maestra.

Dígase que lo primero para evadir hallazgos e imputaciones con suceso suele ser, paradójicamente, dar la cara; de tal forma es posible, a ojos de este tipo de escudriñado, demostrar que no se está escondiendo, que no lo posee el temor de someterse a revisión y que eso es así porque no se le podrá probar una falta que no ha cometido. Lógicamente, antes de salir a recitar con su buena bocaza este libreto, un sinvergüenza curtido ha hecho un inventario previo y minucioso de los huecos de que puede padecer su historia, y los ha cubierto con primor, pues de tal depende que no se autoincrimine con la autodefensa y pueda entonces jactarse de su inocencia. ¿Quién no ha visto esto en televisión?

Lo segundo es consecuencia directa de lo anterior: debe remacharse hasta el cansancio que todo es producto de una persecución, política, empresarial, personal, o simplemente envidiosa. Es decir, si bien se da la cara, y satisfechos han de quedar los morbos informativos, es apenas elemental que al cumplimiento de tal deber social le siga la prerrogativa de devolver la acusación; eso sí, con supuestas pruebas en la mano, provengan de donde provengan. Y, tercero, lo imperativo: hay que saber pasarse al lado de la acusación inicial, pues, con ello, sin dejar de alabar el orden jurídico, simultáneamente se desvía la atención de la cuestión central; que lo digan si no los que con descaro achacan al destino (“tragedia familiar”), o ya a la presa fácil que son sus colegas (“la ley quedó mal hecha”), su incapacidad para la contrición. ¿Pero por qué arrepentirse, si se han salido con la suya?