Almodóvar

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Gracias a alguna de las plataformas de televisión, recientemente pude someterme a una exquisita terapia de dos días en la que vi unas cinco películas del director y guionista de cine español Pedro Almodóvar. Puede decirse cualquier cosa de este señor; por ejemplo, que las temáticas que aborda, abiertamente en favor de la causa homosexual, o ya de la del feminismo del viejo, hacen de sus filmes unos panfletos, bien disimulados, pero al final panfletos. También podría opinarse que su manía de crear personajes y situaciones que solo en la dictadura franquista ven la razón de sus desgracias es cansadora. Lo cierto es que sus historias, personalísimas, entretienen insanamente, no son copia de ninguna otra –me parece- y, ciertamente, tampoco se ven fáciles de imitar, cuan depuradas son sus formas, colores, estilos, palabras, ambientaciones: la España de un español.

Al igual que otros directores consagrados, Almodóvar le entra sin rodeos a los asuntos negros del alma humana: el odio, la envidia, la violencia, la sexualidad de las personas, el poder, el dinero, la fama, las perversiones. Cómo habría podido abstraerse de tales pasiones alguien que aspiró a hacer cine de calidad. Por mi parte, admito que el móvil que más me inclinó a ver estas obras del arte pictórico en movimiento fue la belleza y gracia de Penélope Cruz, musa del cineasta en varios trabajos; pero entiendo que, como pasa con otras mentes originales, la atracción de su impronta también puede estar cifrada en la idea política demostrada, o ya en la abierta propaganda, métodos con los que el director ibérico vende verdades fácilmente. Cada cual sabrá en qué invierte su tiempo.

Ahora bien, es claro que, ya sea por la edad, ya por el cansancio, o incluso debido al éxito, Almodóvar ha decidido no estar tan de moda hoy como hace veinte o treinta años. Supongo que se trata de la suma de todo. De cualquier forma, ahí están sus obras como testimonio de una visión del mundo que no tiene la necesidad de ser correcta, sino apenas personal; finalmente, es esa la función del arte, ¿no es cierto?: demostrarnos a los que no lo hacemos conscientemente que hay quienes se atreven y logran expresarse con libertad, de manera que esa ejecución íntima se convierta en modelo de lo que puede ser la difusión del pensamiento individual, no en cuanto a su contenido, ni siquiera en lo que tiene que ver con su forma, sino solo en lo relativo a su significado como acto de afirmación.

Estoy lejos de aplaudir los mensajes de Almodóvar sobre lo que, según su cinematografía, debería ser la vida. Sin embargo, rechazar estas elucubraciones suyas tan sugerentes, y a la vez directas, respecto de la existencia de los seres humanos, no sería justo. Están tan elaboradas que parecen naturales, objetivo final de todo tipo de ficción; así, esas puestas en escena devienen deleite para los sentidos: con ellas, es inevitable reír, conmoverse, o simplemente mantenerse expectante cara al sucedido próximo. Tal vez son impresiones mías, pero creo que cada vez hay menos campeones de la pantalla, y, en su lugar, como lo implicó el otro día Martin Scorsese, lo que está llegando son creaciones tecnológicas de superhéroes que andan en grupo –esto lo digo yo-, no propiamente cine.