Esas no son formas

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Las ácidas críticas dirigidas al presidente peruano, Pedro Castillo, habidas porque en la reciente cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños –CELAC- habló y habló, en varias oportunidades, sin supuestamente decir “nada”, han logrado que me represente el tenor de las sornas que le dedicaban hace quince años, y todavía menos, al entonces presidente boliviano, Evo Morales. A este le decían que era un indio que no sabía pensar en español, y que solo lo vocalizaba si le convenía; a Castillo, por su parte, ya lo apodan Cantinflas, justamente porque parece discurrir sin transmitir sustancia. Antecedía a esta burla al jefe de Estado peruano una de mayo pasado, de apenas antes de las elecciones presidenciales, cuando, ante un entrevistador inquisitivo y malaleche, el maestro campesino no supo definir qué era un monopolio en términos económicos. Su discurso inconformista, así, amagó con caerse en segundos mediando un silencio de ignorancia.

Y, sin embargo, Castillo ganó la presidencia. Era previsible: ¿a cuál de sus electores le iba a importar que el candidato supiera o no contestar una pregunta hecha con clara mala fe, para humillarlo, si casi todos ellos se habrían portado igual ante las cámaras, haciendo ese sabido mutis indígena tan inexpugnable como significativo? Apostaría a que Castillo no es ningún imbécil y se sabe el libreto de memoria: en política, la cuestión central no es saber, sino emocionar. ¿Qué mejor maña para incitar el voto popular que mostrarse vulnerable en el momento correcto, si tus votantes se sienten frágiles todo el tiempo?; y, para después, ¿existirá mejor truco que personarse ante la comunidad internacional expectante, no como un doctor (de esos que enaltecen a Colombia), sino como un obrero rural, un descendiente directo de los acallados primeros incas? Tengo para mí que este nuevo Cantinflas es más avispado que los que se mofan de él: ya rio el último una vez, ¿por qué cambiar?

Ahora bien, el asunto de la estrategia en la comunicación política no da muestras de agotarse en simplemente hablarle al pueblo como el propio pueblo lo hace, y ya; pues, de ser cierto, la mayoría de nuestros gobernantes habrían sido elegidos merced a la elocuencia de una tez de suyo oscura, por ejemplo, lo que no ha pasado. Sin saberlo con certeza, intuyo que, en cambio, la clave está en la afortunada conjunción entre el sujeto y la forma, algo que raramente se da. Es decir: así como el abogado autodidacta Abraham Lincoln era minucioso en extremo en la selección de cada una de las palabras que pronunciaba, y eso le sirvió finalmente en su contexto histórico para ganarse la votación presidencial, el deslenguado Hugo Chávez, experto en insuflar de vibración casi cualquier cosa que decía, también gozó –sobra afirmarlo- de un innegable éxito persuasivo representado en las urnas.

Pero un candidato como Chávez en los Estados Unidos de hace ciento cincuenta años habría sido equivalente a un espectáculo circense, y nada más; igualmente, el sereno Lincoln en la ardiente Venezuela actual no habría sido visto ni oído por nadie, absolutamente nadie. Tales hombres descifraron su realidad y encontraron un tono público, una forma de diferenciarse, de ser recordados.