Candidatazos

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Ya dizque son más de treinta los precandidatos a la Presidencia de la República. ¿Quién los estará contando? Dicen que son tantos, y tan variados, porque ello es cosa de maña de los partidos políticos para “hacer de varios uno”, y sacar candidaturas hace rato ya designadas internamente, a dedo.
De ser cierto eso, la cuenta daría así: de cada tres precandidatos que vea usted por ahí, más o menos saldría un candidato para mayo de 2022. Lo cual dejaría un número de todas formas alto de postulaciones para un país apenas mediano poblacionalmente: diez nombres sustanciales, diríase, seguidos de sus respectivas fórmulas vicepresidenciales (que, la mayoría de las veces, habrán de corresponderse con los nombres de algunos de los precandidatos desechados en la charada previa).

Diez candidaturas es mucho para todo: para las campañas que empapelan las calles, afean las avenidas, destruyen el poquito de paz que cada cual se labra; es mucho para sufrir en entrevistas televisivas, radiales, escritas; es mucho debate que aguantar, igual que opinadores que no se callan, peleas de los directamente interesados y de los que hacen de una comida familiar un cuadrilátero; en fin, es exceso para un pueblo que no entendió nunca que problemas como la religión, el sexo y la política son necesariamente individuales y no tienen por qué discutirse con nadie. Se vino ya la época de las carpas políticas, habitáculos de los temas de siempre, pero que se resumen en uno solo en el caso colombiano: ¿queremos avanzar o no? De ahí se deriva la cantidad de asuntos que se quiera, eso sí, envenenados de ideología formal que ronda como fantasma: aquí nada está limpio de intenciones partidistas; aquí, llegar a verdades consensuadas que sirvan a todos, es anatema.

Claro, también hay cuestiones, digamos, marginales, a las que les da por volver cada cuatrienio: ¿debe ser el voto obligatorio?; ¿un período de cuatro años (como en los Estados Unidos) no es muy corto, y más bien debería ser de cinco (como en el Perú), o de seis (como en México)?; ¿es adecuado el sistema mixto de financiación de las campañas presidenciales?; ¿sería democrático establecer más requisitos de idoneidad para presidir a la República?; ¿qué utilidad tiene la figura del vicepresidente?; ¿es verdad que los partidos tradicionales, el Liberal y el Conservador, “ahora sí se acabaron”, y que lo que viene es la política de la “gente joven”?; ¿debe Colombia mutar del presidencialismo al sistema parlamentario?; ¿tiene el presidente de la República demasiado poder, o, por el contrario, lo que le falta es poder real “para enderezar esta vaina”?; ¿es cierto que abundan normas aparentes, pero que, en cambio, no existe un control efectivo a la gestión presidencial?, etc.

Así es cómo se da cuenta cualquiera de las vueltas en redondo que da, sin remedio, una nación. Entonces, suele pensarse lo mismo: habrá quién esté pendiente de que este laberinto no tenga salida. De manera que nada obsta para que la siguiente reflexión sea en realidad una enmienda; y a esa pregunta capciosa de si se quiere avanzar bien pueda dársele la respuesta latina, y cínica en este contexto, del poeta Virgilio: “Vires acquirit eundo”, es decir, “La fuerza se adquiere avanzando”.